Apostol

A los pies del camino

16 febrero 2010 / Mundicamino

María se levanta temprano para que los peregrinos tengan café caliente cuando llegan a Logroño; cuando salen del término municipal, Marcelino les sale al paso con fruta y, hasta hace dos años, Ignacio les ofrecía chorizo y vino antes de llegar a La Grajera-

Hay personas que dedican su tiempo a ofrecer refrigerio, comida y conversación a los peregrinos jacobeos. Su vida es la hospitalidad con mayúscula.

María Mediavilla no ha hecho el Camino de Santiago ni una sola vez pero lo ha revisitado en cientos de ocasiones. Y sólo se ha puesto delante del Apóstol una vez, gracias a una excursión organizada por la Asociación de la Tercera Edad del Barrio de San Antonio. Pero sería mentira decir que no ha pisado la Ruta, porque holla cada día, desde hace 27 años, los escasos 15 metros de la senda jacobea que pasan delante de la que hoy es su casa y que también fue la morada de su madre, la señora Felisa Rodríguez, una mujer llegada a Logroño desde Canales de la Sierra y que puso el Camino Viejo de Viana en internet y en todas las guías escritas sobre la senda de las estrellas.

María no es religiosa, pero entiende de entrega a los demás. Lo aprendió de su madre Felisa, con la que estuvo 20 años recibiendo voluntariamente a los peregrinos que dejan tierras navarras y se adentran en el término municipal de Logroño. En 2002, con 92 años, murió Felisa y, además de su recuerdo, perviven sus vivencias en cientos de fotografías, cartas y libros que ahora atesora María. «A mí no me pescan en la iglesia», señala. «Soy católica no practicante y, aunque no he hecho el Camino de Santiago, a todos los que llegan les digo que lo hago muchas veces, con cada uno de ellos».

Y debe ser cierta la afirmación. Más de 42.000 peregrinos pasaron por delante de los humildes edificios de María el pasado año, varios miles descansaron bajo la famosa higuera de las cercanías y otros tantos sellaron su carné en el mostrador de esta mujer, que también les ofreció café, tostadas y conversación.

María no sabe idiomas y ya tiene 76 años. Pero estos no son impedimentos. Sus perros Lola, Yana y Riky la avisan con ladridos cuando los peregrinos descienden la cuesta. Si todavía no está sentada en su puesto de sellado, sale, saluda y pregunta: ‘¿Stamp?’. A veces ejerce de ‘enfermera sin título’, como ella misma dice. Ocurre cuando tiene que curar las plantas de los pies de los caminantes. «El día en que yo muera, esto se acabó. Mi hija me ayuda por las mañanas y ella se defiende con el inglés, pero tiene su trabajo y no lo va a abandonar por atender a los peregrinos sin cobrar nada». Puro sentido común teñido de melancolía.

Una raya por cada peregrino

Todo empezó cuando Jesús Martínez, sacerdote de la parroquia de San Antonio, pidió ayuda a Felisa, que para entonces ya tenía más de 70 años. Ella aceptó llevar la contabilidad de los peregrinos que se adentraran en Logroño por el camino que proviene de la vecina localidad navarra de Viana. Precisamente la primera casa habitada del término municipal logroñés se encuentra en este camino y en ella llevaba viviendo Felisa cuarenta años. ¿Quién mejor que ella para ser la receptora de los peregrinos?

«Hace cuarenta años no pasaban peregrinos por aquí. Pero, a partir del anuncio del cura, empezaron a llegar. Mi madre no sabía leer ni escribir, así que hacía una raya por cada uno de los peregrinos. Luego yo las contaba», recuerda.

Felisa se hizo famosa en el Camino por ofrecer agua fresca, higos y amor. María sigue recolectando los higos del frondoso árbol, pero también se levanta temprano y prepara café y tostadas, que puede servir a catorce o quince caminantes a la vez en lo que por estas tierras podría definirse como un ‘merendero’ al uso. «Yo no les pido nada, me dan la voluntad y, si no llevan dinero, les pongo café igualmente», precisa. Y dialoga con ellos mientras vierte más café en termos que lo mantienen caliente para no hacerles esperar demasiado.

Podrían ser miles las anécdotas, pero su memoria es frágil. «Para mí todos son iguales, los famosos, los que no se identifican, los que vienen de turismo y los que realmente van por motivos religiosos», explica al tiempo que muestra los cientos de fotografías que tomaron de ella y de su madre, y que luego le envían por carta desde Alemania, Italia, Sudamérica… e incluso «de ese país en el que viven en iglús». Agradecimientos en papel que también quedaron patentes en libros y guías, así como en películas, como la que rodó un grupo de alemanes. «Luego localizaron a mi hermano, que está en Alemania, y le invitaron al estreno». Y canciones. María muestra un cedé con las canciones que un romero dedicó a Felisa. «No las he podido oír, porque no tengo aparato para escucharlas», dice.

«Por aquí han pasado obispos, toreros, políticos y sindicalistas, como Cándido Méndez», rememora, aunque sus recuerdos más frescos son para los que le emocionaron con historias cercanas. «El año pasado un señor me dijo que iba a Santiago para agradecerle al Apóstol, diez años después de la muerte de su padre, que éste no hubiera sufrido en el final de su vida. Las promesas se cumplen». O para aquel madrileño que quiso sellar su carné en el Camino Viejo de Viana y se encontró con Felisa y María desprovistas de tampón para certificar su etapa. Regresó al año siguiente y la precaria situación continuaba. «No lo pida más veces al Ayuntamiento, que yo se lo mando», les dijo. Y así fue. También llegó por correo.

Marcelino Lobato ha perdido la cuenta de las veces que ha recorrido la Ruta Jacobea, la mayoría de ellas con un burro y un perro. Es un caminante profesional que también ha peregrinado a Roma, Asís o Fátima. «Hasta el año 85 dediqué mi vida al Camino y siempre digo que fue posible gracias al apoyo de mi familia, de mi mujer y de mis hijos», señala ahora con 57 años.

Fue precisamente a su regreso del santuario mariano portugués cuando se encontró mal de salud. Los análisis indicaron que su nivel de plaquetas había bajado a límites alarmantes y tuvieron que extirparle el bazo. Dejó entonces de trabajar en Permolca, empresa de la que consiguió un mes extra de vacaciones para recorrer anualmente la Ruta, a cambio de que, allí por donde pasara, publicitara la multinacional fundada por Ford.