Apostol

El Camino de Santiago

16 febrero 2010 / Mundicamino

Los peregrinos creen que en los orígenes hay más de lo que siguió después, por eso nunca paran.

La inauguración civil del Xacobeo comenzó en la praza do Obradoiro a las 16 horas del 31 de diciembre, en un acto presidido por el presidente de la Xunta, y terminó en los soportales del Pazo de Raxoi para protegerse de la lluvia. Pero la apertura de la Puerta Santa se produjo a golpe de gracia y de martillo de plata, bajo el sol, a las 17.15 horas, y fue presidido como es obvio por el arzobispo de Santiago en presencia de las autoridades civiles. Siguió la misa. Y hasta llegar el Año Santo con el año nuevo quedó tiempo todavía del año viejo, un tiempo muerto, hasta comer las uvas juntos o separados –por lo civil o por la iglesia– que esto nunca se sabe.

Después de la guerra civil las «juventudes católicas de España» hicieron el Camino en camión, y puede que algún viejo conserve todavía si no la devoción y la juventud de aquellos años sí el bordón en el desván y un recuerdo en su memoria. Aquello no fue ciertamente turismo religioso, que llegaría más tarde. Pero tampoco una peregrinación propiamente dicha, que los peregrinos no vuelven a las andadas ni van a las raíces para quedarse en ellas. ¿Santiago y cierra España? Anda, ya. Si eso representa el símbolo de la Puerta Santa, prefiero la de Brandenburgo que no se cierra para celebrar el paso como un arco de triunfo. Y en cuanto a las raíces, mejor los pies para caminar.

El Camino de Santiago no es uno sino muchos, aunque todos vayan a Santiago. Por tanto lo de menos es el punto de partida y el modo de llegar: en bicicleta, a caballo, en avión o en el coche de San Fernando, unas veces a pie y otras andando como los antiguos. Y lo de más la diferencia que reduce todos los caminos a dos y divide a los que van en dos grupos: peregrinos y turistas o, mejor, a cada uno en dos mitades. Porque a veces nos perdemos aquí –¿en el camino?– dando vueltas por ahí confusos y confundidos. Como el turista clásico que sale sin salir de sí y vuelve a casa sin volver en sí.

Los peregrinos que van a Santiago, a Roma o a Jerusalén, si peregrinan de verdad no vuelven a casa, ni al pasado, ni a su ciudad y caminan hasta el fin del mundo con un pie en tierra y otro en el aire… Deshacen todos los caminos de la historia para llegar a los orígenes: a la tumba de Santiago, de los Apóstoles o al Santo Sepulcro. Pero creen que en los orígenes hay más de lo que siguió después y adivinan en la tumba vacía más de lo que parece. Por eso siempre comienzan y nunca paran.

Los peregrinos «no tienen ciudad permanente y buscan la ciudad futura» (Hbr. 13,14) No compiten con los ciudadanos en nada y menos con los políticos, no ha lugar: ninguno se queda en la ciudad para abrir el negocio de su vida ni se empadrona para ser alcalde. Los políticos y los obispos los atienden, pero no los entienden; es decir, malentienden su forma de vida y promueven el Xacobeo como las agencias de viaje o el Inserso, y ofrecen un turismo religioso todo a cien. Los ciudadanos de a pie hacemos el Camino en cómodos tramos o en coche. Y consumimos el producto. Pero nos iría mejor a todos si aprendiéramos a caminar siempre con un pie en tierra y otro en el aire para tentar el futuro. Incluso de tejas abajo, pues todo pasa y peregrinar es una forma de vida. El peregrino como Dios manda sale de sí y se encuentra en el camino. Esa es la verdadera salida y lo contrario, repetir.

La obra de arte más cotizada: El hombre que camina ha sido vendida por 74 millones de euros. Ese es el precio de la escultura de Giacometti. Pero como símbolo tiene un valor inestimable, que muy pocos estiman aunque todos estemos de paso. El desprecio de los valores o «la confusión entre valor y precio» que denunciara Machado parece el despropósito y la causa de un mundo que no tiene salida mientras vuelva a las andadas. Filósofo