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¿Fue Prisciliano quien abrió el Camino?

09 abril 2010 / Mundicamino

Los seguidores del obispo de Ávila, con gran influencia en Galicia, acusado de hereje y ejecutado en 385, podrían ser los precursores de la ruta jacobea al Finisterre.

El Camino de Santiago -que nació en Oviedo con el rey Alfonso II el Casto como primer peregrino- siempre aparece acompañado de la sombra de Prisciliano como duda, hipótesis, misterio o boutade.

La versión fuerte, dentro de una amplia panoplia de heterodoxias, indica que en el sepulcro de Compostela no está inhumado el apóstol sino Prisciliano, obispo de Ávila, heresiarca y primer ejecutado, en el año 385, por orden de la Iglesia -una especie de contramártir- en la ciudad alemana de Tréveris, precisamente la misma en que, milenio y medio después, nacería Karl Marx. En realidad fue el brazo secular, nada menos que del Emperador, quien le quitó la vida.

El teólogo leonés Victorino Pérez Prieto, que acaba de publicar el libro titulado «Prisciliano na cultura galega», mantiene una tesis intermedia pero no menos polémica. Considera que los restos del sepulcro de Compostela no pertenecen al obispo de Ávila pero el Camino jacobeo sí se corresponde con la ruta trazada y recorrida por los discípulos de Prisciliano.

Pérez Prieto cree que «no se puede afirmar que Prisciliano esté enterrado en la tumba de Santiago. Es improbable que sea la tumba de Santiago pero es imposible que sea la de Prisciliano. El culto jacobeo es del siglo VIII y el culto a Prisciliano y a sus mártires es del IV. Es decir, durante 400 años hubo aquí más culto al priscilianismo que al jacobeo. El Camino de Santiago fue fuente de cultura y de espiritualidad durante siglos; ahora bien, el actual camino jacobeo sigue el antiguo camino de Prisciliano que siguieron sus discípulos, sus seguidores y sus compañeros mártires ejecutados con él en Tréveris».

En el origen, el misterio. Y es que no se sabe a ciencia cierta dónde y cuándo nació Prisciliano, en todo caso en fecha anterior y muy cercana a la mitad del siglo IV. Unos dicen que era gallego, de Iria Flavia, otros lo adscriben a Lusitania e incluso a la Bética. Fue discípulo de una aristócrata, Agape, y de un retórico llamado Elpidio, que le iniciaron en la literatura y la ciencia latinas. Era de origen social elevado y de cultura no menos exquisita. Nunca negó haber recibido enseñanzas alejadas de la ortodoxia cristiana.

En Galicia, acompañado por Elpidio, contacta con una misteriosa secta laica que aspiraba a la perfección siguiendo el camino de Cristo. Los sectarios querían infiltrarse en la jerarquía eclesiástica y, desde dentro, reformar a fondo a la Iglesia, implantando el celibato eclesiástico que, aunque ya había sido aprobado en el sínodo de Elvira, no se cumplía. Pretendían una vuelta a los orígenes, con ascesis y una vida más digna de los sacerdotes. El propio Prisciliano hacía frecuentes ayunos, se privaba del sueño, vestía con modestia y fundaba sin cesar comunidades de fieles que se comprometían a vivir según su modelo.

De Galicia y Portugal salta con sus ideas y con un número creciente de seguidores a Salamanca y Ávila y después al corazón de Francia. Los priscilianistas no se retiraban a monasterios o cuevas sino que continuaban integrados en las ciudades y villas.

El carácter fundamentalmente seglar de los devotos del obispo abulense hacía que la difusión de sus ideas fuera más rápida y, por otra parte, los adeptos seguían cumpliendo fielmente con los preceptos religiosos cristianos, lo que denota un carácter esotérico y una voluntad de ortodoxia para no enfrentarse con la jerarquía cristiana. El proyecto último era situar discretamente en cada episcopado a una persona imbuida de las creencias ascéticas que Prisciliano difundía, incluida la abstención de alcohol, el régimen vegetariano, la pobreza voluntaria y el ejercicio constante de la limosna.

La castidad se consideraba un bien pero asimismo valoraban el matrimonio. Predicaban el igualitarismo social, la abolición de la esclavitud y la equiparación de sexos. Encarnaban, pues, una revolución religiosa y social. Como las mujeres tenían un papel destacado en el priscilianismo, sus detractores pronto les acusaron de promover orgías sexuales.

Peor aún. Las ideas de Prisciliano enlazaban en parte con las tradicionales tesis gnósticas y maniqueas, así que a su grupo se le atribuyó lo que Plotino achacaba a los viejos dualistas: celebraban, se dijo, ágapes orgiásticos en los que se comulgaba con semen y sangre catamenial, provocaban abortos, cocinaban fetos y se los comían.

Prisciliano diferenció las enseñanzas esotéricas de las exotéricas. Consideraba que el Nuevo Testamento tenía al menos dos lecturas, con saberes más profundos que los evidentes. De esa doctrina secreta apenas nada se sabe porque apenas era transmitida oralmente en la línea de los pitagóricos y de la cultura céltica de los druidas. Quizá por eso Prisciliano y sus planteamientos tuvieron más presencia en las zonas de la Península menos romanizadas. Enlaza también con la filosofía apocalíptica, con referencias directas al Anticristo, al Juicio Final y a la resurrección de la carne.

Hidacio, obispo de Mérida, le odiaba porque temía por su propia carrera sacerdotal si triunfaba el ascetismo priscilianista. Y le acusó en el concilio de Zaragoza. Otro obispo, Itacio, afirmó asimismo que Prisciliano sostenía doctrinas heréticas sobre la Santísima Trinidad y practicaba la magia, un delito a los ojos del poder civil. Por eso la causa inicial contra Prisciliano derivó hacia tribunales temporales.

El proceso se planteó en Burdeos pero el propio Prisciliano abogó por que se viera ante el emperador, así que tuvo lugar en Tréveris. En efecto, en la segunda mitad del año 385, Itacio acudió ante el emperador Máximo acusando a los seguidores de Prisciliano de maniqueos. Máximo intervino para congraciarse con el sector ortodoxo del cristianismo y para hacerse con los bienes de los priscilianistas.

Las acusaciones eran de maniqueísmo, excesos sexuales y magia. El resultado fue la condena a muerte de Prisciliano, episodio que inaugura en la Iglesia el período de guerras de religión y prefigura a la Inquisición. En el transcurso del proceso se supone que Prisciliano fue sometido a tortura.

Las diócesis lusitanas, priscilianistas de la primera hora, volvieron a la obediencia ortodoxa pero muchos seguidores encontraron refugio en Galicia y territorios adyacentes. La leyenda mantiene que el cuerpo de Prisciliano fuera traído por sus discípulos hasta Galicia, donde reposaría. Una corriente de investigación esotérica defiende la hipótesis de que es el cuerpo de Prisciliano el enterrado en la tumba de Santiago, en Compostela.

El teólogo leonés Victorino Pérez Prieto, que sostiene en su reciente libro que el Camino de Santiago sigue la anterior ruta de Prisciliano, mantiene una viva polémica con el Arzobispado compostelano porque se ha casado y sigue diciendo misa.