Apostol

Los primeros famosos que pisaron el Camino

12 abril 2010 / Mundicamino

Aunque algunos protestan este año porque la campaña de promoción del Xacobeo no hace suficiente énfasis en el Camino de Santiago, no está de más recordar que no siempre el sepulcro del Apóstol Santiago contó con buenas referencias publicitarias a su favor. Así, el propio Lutero recomendaba a sus seguidores en el siglo XVI que no acudiesen a la tumba alegando: «No se sabe si allí yace Santiago o un perro o un caballo muerto. Por eso, déjele yacer y no vaya allí». Ni con esas. El Camino resistió y sólo la peste pudo con él. Durante un tiempo…

Fue un rey el primer peregrino oficial de la historia del Camino de Santiago, aunque entonces dicha ruta ni siquiera existía y, por supuesto, tampoco la «compostela» que acreditaba que los caminantes habían alcanzado la tumba del Apóstol Santiago. En realidad, Alfonso II de Asturias, llamado el Casto, fue en parte responsable de lo que vendría después, ya que Teodomiro, el obispo de Iria Flavia, fue corriendo a avisar al monarca cuando comprobó que las luces misteriosas que el ermitaño Pelayo contemplaba indicaban el sepulcro del Apóstol Santiago.

Esos acontecimientos ocurrieron hace 1.197 años. Alfonso II mandó edificar una iglesia en el lugar y se inició una peregrinación que, con altibajos, se ha mantenido desde entonces. SE ha perdido la huella de miles de caminantes anónimos, pero no así la de aquellos personajes que saldrían en los títulos de crédito de la historia si ésta fuese una gran película.

La casualidad quiso que el primer peregrino bien documentado, en el año 951, fuera el obispo Godescalco, que llegó a Santiago precisamente un 25 de julio, fecha no sólo de su cumpleaños y aniversario de su recepción de la mitra, sino también día del Apóstol –según expertos como el profesor Miguel Caín, fecha de su martirio en Jerusalén, según alguna santa que sufrió un tiempo la Inquisición, fecha de su llegada a Galicia–. Fue un monje llamado Gómez el responsable de dejar por escrito esta peregrinación y que así haya pasado a la posteridad.

Aunque fue Carlomagno quien, según se dice, puso de moda el Camino, no está claro que se animase alguna vez a recorrerlo, a pesar de que supuestamente recibió noticias del sepulcro directamente de Alfonso II y de que la crónica del autodenominado Arzobispo de Turpín relata cómo Santiago mismo se le aparece en sueños al emperador y lo conmina a visitarle y a hacer segura la ruta, marcada por la Vía Láctea. A la seguridad del Camino contribuyó el rey Sancho el Mayor de Navarra, pero su buen hacer lo estropeó Almanzor que, si bien no puede considerarse un peregrino al uso, llegó hasta la capital compostelana y se llevó las campanas de la catedral hasta Córdoba gracias al músculo de sus prisioneros. Eso no impidió que poco después visitase el sepulcro el eremita Simón de Armenia y que casi un siglo más tarde pasase por Compostela el primer peregrino alemán, al menos oficialmente: Sigfrido I. Algunos murieron ante la tumba de Santiago, como el Duque de Aquitania, y otros por la poca seguridad del Camino, como el noble francés Raimundo II.

Fuentes más o menos mitológicas, como el Romancero castellano, dan fe de que otro ser de leyenda visitó a Santiago en su tumba: El Cid, pero no se ha podido contrastar. De quien sí parece que hay constancia de que realmente llegó hasta Compostela para postrarse ante el Apóstol es San Francisco de Asís. Muchos conventos reclaman el privilegio de haber sido fundados directamente por él. Al parecer, fue en Santiago donde recibió la inspiración para extender su orden por el mundo.

Tras el establecimiento oficial en 1122 del Año Santo Compostelano por el también peregrino papa Calixto II y a las comodidades ofrecidas de los monjes de Cluny, se multiplican los viajeros a Galicia, incluyendo al Duque de Aquitania o a Luis VII de Francia, y otros santos, como Brígida de Suecia. No en vano Dante sugiere que Europa surgió de esta peregrinación. De hecho, para el poeta, ser peregrino sólo podía significar caminar a Santiago. Pintores como Jean van Eyck le hicieron caso. Una lástima que Miguel Ángel Buonarroti se lo pensase demasiado.

Los Reyes Católicos habilitaron albergues para los caminantes. Tal vez porque sabían lo duro que era llegar, ya que peregrinaron a la ciudad por primera vez en 1488 y, al parecer, acudieron otra vez en 1496 para agradecer al Apóstol la conquista de Granada. También en agradecimiento se han postrado ante el santo Fernando I –por haberle echado una mano con el sitio de Coimbra– y seguramente Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, de quien se dice que acudía a cumplir un voto.

Las modas, no obstante, van y vienen, y si hasta Compostela llegaron incluso Juana y Felipe el Hermoso, Felipe II o su padre, Carlos I, hubo un tiempo en el que el Camino de Santiago cayó en el olvido a finales del XVI, con algunas excepciones como el príncipe Cosme de Medicis. Hay quien dice que la culpa la tuvo el pirata Drake, que alcanzó la costa gallega con aviesas intenciones hacia el sepulcro y obligó al arzobispo Juan San Clemente a guardar los restos del Apóstol sin dejar indicado dónde. El posterior «redescubrimiento», refrendado por el papa León XIII, en 1884, no despertó demasiado el entusiasmo de los peregrinos. Dicen las crónicas que seis años antes, el 25 de julio sólo había 45 peregrinos en la catedral. Es en el último cuarto del siglo XX –gracias a la Unesco, la UE, la invención del Xacobeo y Juan Pablo II– cuando resucita una ruta que en su día también hicieron el papa Juan XXIII, cuando todavía era sólo Angelo Roncalli, o Escrivá de Balaguer.

No obstante, según algunos expertos en la ruta, el hombre que más hizo por recuperarlo fue el cura de O Cebreiro: Elías Valiño, quien se dedicó a pintar desde la localidad de Roncesvalles –entrada del Camino Francés en España– la conocidas flechas amarillas que hoy en día todos los peregrinos utilizamos para llegar a Compostela. Tal vez porque la Vía Láctea, también llamado Camino de Santiago, es ya difícil de distinguir en el cielo y que así guía los pasos de los romeros hasta el «campo de las estrellas».