Apostol

Monjas con vocación hospitalaria

28 mayo 2010 / Mundicamino

Las clarisas de Medina de Rioseco (Valladolid) ofrecen todo tipo de comodidades a los peregrinos del Camino de Madrid que pernocten en su albergue, autorizado por la Junta de Castilla y León desde noviembre del año pasado

Con sus 14 habitaciones dobles y una triple, su cocina y su cuarto de estar, más que un albergue parece un apartahotel. Todo un lujo para los peregrinos que emprendan el Camino de Santiago por la ruta de Madrid y que se detengan a pernoctar en Medina de Rioseco (Valladolid). Allí, un convento con cinco siglos de solera, el de Santa Clara, ofrece cama, mesa y mantel al cuidado de la decena de religiosas de clausura que viven entre sus muros.

Tras una reja de forja centenaria y ante la mirada serena de una talla de la Asunción de la Virgen, realizada por Alonso de Rozas en el siglo XVII, sor Piedad Cuadrado afirma sin ninguna duda que el hecho de que éste sea Año Santo “se está notando” en la afluencia de peregrinos. “En invierno, tuvimos un grupo de 18 personas y hace unas semanas vino un grupo de 22”, afirma la religiosa para luego apuntar que al convento llega “gente de todos los sitios, también extranjeros, andando, en bici en incluso a caballo”. “Lo más chocante, unos camellos que pasaron por aquí hace unos meses”, comenta, y que llegaron sanos y salvos a Santiago.

Desde sus orígenes, el Convento de la Concepción ha sido “casa de acogida” para quien requiera auxilio físico o espiritual. Las monjas siguen la regla franciscana, por lo que tienen el deber de “acoger a toda la gente, a los pobres”, aunque en su caso, frente al de los frailes de esa misma orden, prime “la contemplación”.

A pesar de este aislamiento voluntario, los peregrinos que lo soliciten pueden compartir diversas actividades con ellas, como los rezos, siempre y cuando no se altere la rutina diaria, que comienza a las 6.25 de la mañana con los maitines. “Pueden acompañarnos en la iglesia, si así lo desean, pero no podemos romper el ritmo de la comunidad, para eso hay una hermana encargada de atender a los peregrinos”, aclara sor Piedad, natural de la localidad vallisoletana de Villafrechós.

“El Camino de Madrid es un camino duro, de una soledad tremenda, que requiere una motivación especial; pero en los pueblos, la hospitalidad es mayor que en otras rutas”, interviene el director del Museo de San Francisco, Miguel García Marbán, viejo conocido de las religiosas. Quizá por esa dureza del terreno y la imprevisibilidad del clima, los peregrinos pueden llegar a cualquier hora del día, e incluso necesitar cuidados especiales.

“Nos llamó mucho la atención que este año llegara una chica sola, de unos 18 o 19 años, un día como éste, oscuro, de lluvia, con muchas nubes. Estaba herida y necesitaba más cosas de las que había en el botiquín del albergue”, relata la religiosa. Ese botiquín es uno de los elementos con los que deben contar obligatoriamente desde que en noviembre del año pasado la Junta de Castilla y León les concediera todos los permisos para que la casa de acogida se transformara en albergue de peregrinos, bautizado como ‘Tau Santa Clara’. “Hay que cumplir unas normas, hacen inspecciones y todo tiene que estar en regla”, recalca sor Piedad.

Ya sin la reja del locutorio de por medio, en las propias dependencias del edificio destinado a albergue, la monja repasa todas las comodidades con las que cuenta la casa: una cocina con microondas, baños, habitaciones que nada tienen que envidiar a las de un hotel, y un comedor en cuya mesa se observan los restos del desayuno, bote de Cola-Cao incluido.

“La gente tiene que traerse su comida, pero hay casos… Un día llegó un chico a las diez de la noche, con todo cerrado, así que le ofrecimos un tazón de leche”. Pequeñas anécdotas que día a día construyen la memoria del albergue, de la que dejan constancia escrita los peregrinos en el ‘Libro de testimonios’. La palabra “Gracias” es la que más se repite.

“El Camino de Santiago es un camino que no podemos hacer porque somos de clausura. Por eso les pedimos a los peregrinos que en Santiago recen por nosotras y pidan más vocaciones”, dice sor Piedad con una sonrisa, tan tranquila y serena como la de la talla de la Asunción, en nombre de las diez hermanas que siguen manteniendo viva la llama del convento en mitad del páramo vallisoletano