Apostol

Media vida dedicada al Camino en cuerpo y alma

23 junio 2010 / Mundicamino

Marisa Pérez lleva 25 años atendiendo a los peregrinos en el albergue Jacques de Molay de Terradillos de los Templarios (Palencia)

“Esto es lo mejor que me ha pasado en la vida”, asegura Marisa Pérez, dueña del albergue Jacques de Molay de Terradillos de los Templarios (Palencia) y una de las hospitaleras más veteranas del Camino de Santiago. A sus 49 años, lleva un cuarto de siglo atendiendo a los peregrinos.

Durante todo el año, excepto del 22 de diciembre al 10 de enero, las puertas de su establecimiento están abiertas desde las siete de la mañana hasta las once de la noche. “A mí me gusta mucho el invierno. Me supone muchos gastos tener el albergue abierto y viene poca gente, pero es cuando tengo tiempo para hablar con calma con la gente”, resalta.

Marisa desembarcó en el universo jacobeo de la mano de “un maestro del Camino”, Guillermo, un vecino de Terradillos que, tras trabajar varios años en Madrid, decidió volver a su localidad natal y montar un albergue en la vieja casa de sus padres. “Estaba muy solo y acogía a gente. Venían los peregrinos, hablaba con ellos y les daba de comer, pero siempre les cobró porque necesitaba el dinero para vivir”, señala la hospitalera, quien rememora como hace 26 años decidió alquilarle parte de la casa y una pequeña tienda de alimentación que había abierto, y allí se trasladó con su marido y su hijo.

La palentina recuerda que en algunos momentos “la convivencia era difícil” porque Guillermo “era muy peculiar, un personaje”, aunque también era “muy noble y hospitalario”. “Me enseñó mucho, él sabía lo que quería el peregrino nada más verle la cara. Falleció en abril de 1999 y todavía hay gente que me pregunta por él”, apostilla.

Después de que el fundador del albergue se pusiera enfermo y se fuera a vivir a una residencia, Pérez le compró el inmueble en 1998 y desde entonces se ha dedicado a los romeros “en cuerpo y alma”. “Poco a poco lo fui arreglando, empecé a reformarlo en 1999 y terminé en 2006”, destaca.

En la actualidad, Marisa atiende el albergue ayudada por otras dos personas y además su marido les echa una mano cuando es necesario. Dispone de 49 plazas, todas en habitaciones de entre dos y seis camas bajas, conserva la pequeña tienda de alimentación y dan desayunos, comidas y cenas, con una cocina “muy de pueblo”. La dueña no ha querido cambiar el nombre del establecimiento, Jacques de Molay, en recuerdo al último Gran Maestre de la Orden del Temple, que le puso Guillermo porque “era fanático de los templarios”. También conserva la gran cruz templaria que él pintó en la fachada.

Allí se han criado sus cuatro hijos y ha tenido la oportunidad de conocer a gente de todo el mundo, “desde bebés de cinco meses hasta gente de 90 años”, algunos con historias duras. “Muchos vienen por promesas, te lo cuentan y se te pone la carne de gallina”, asegura Marisa, quien recuerda a un señor (“no sé si holandés o alemán”) que hizo el Camino desde la puerta de su casa porque tenía un hijo con leucemia terminal. “Estaba mejor porque había hablado con gente a la que le pasaba lo mismo. Llamaba a su hijo todos los días y me dijo que su único objetivo era llegar a Santiago y que el apóstol le dejara volver a casa a tiempo para verle morir”, añade.

Un sinfín de recuerdos

Aunque asegura que para ella “todos los peregrinos que llegan son igual de importantes”, Marisa tiene un recuerdo muy especial de los más veteranos. “Hay gente que lleva viniendo por aquí un montón de años, como Pepe, un hombre de La Rioja que desde hace 24 años siempre pasa con nosotros el 7 de julio”.

Tras tantos años tratando con los romeros, la hospitalera lo tiene claro: “Para muchas personas, el Camino de Santiago es una vía de escape, no es que piensen aquí qué quieren hacer, lo tienen decidido antes, pero aquí se animan a hacerlo porque tienen tiempo para pensar su idea, comentarla, disfrutar, cansarse…”. Pese a que asegura que la ruta jacobea “ha cambiado muchísimo” en estos 25 años, para ella sigue siendo algo muy especial. “Es tan tranquilo y sosegado, no sé qué tiene porque viene gente que no cree en nada y al final siente algo”, apostilla.

Después de que haya pasado media vida rodeada de peregrinos, sorprende descubrir que Marisa no ha hecho nunca el Camino. “No me ha llegado el momento, pero ya me llegará. Tengo que hacerlo dos o tres veces, hasta los 90 años tengo tiempo”, señala la hospitalera, quien explica que ha tenido la mochila preparada dos veces para dirigirse a Santiago pero que tuvo que anular el viaje en ambas ocasiones: “La primera, en el año 1999, me quedé embarazada y la segunda, hace tres años, acababa de morir mi madre y mi padre cayó enfermo y le tuvieron que ingresar quince días”.

Mientras espera el momento de realizar su propia peregrinación, la palentina disfruta de la ruta jacobea desde su albergue de Terradillos de los Templarios. “Es muy gratificante, no me iría nunca; sólo si me cansara y empezara a tratar mal a los peregrinos”, resalta Marisa, quien explica que la mejor definición del Camino de Santiago la dejó escrita en el libro del centro uno de los caminantes que pasó por allí: “Es la universidad de la vida”. “Cada persona es tan peculiar, es apasionante”, concluye.