Apostol

En defensa del alma del Camino

05 julio 2010 / Mundicamino

El austero albergue parroquial de Tosantos (Burgos) cuenta con un ambiente muy especial reflejo del amor de su hospitalero, José Luis Antón, por la Ruta Jacobea.

“El Camino de Santiago tiene alma, está vivo e impregnado de algo, no es sólo una ruta de senderismo”, asegura José Luis Antón, hospitalero del albergue parroquial San Francisco de Asís de Tosantos (Burgos), quien resalta que recorrer este itinerario es “una experiencia tan bonita que no se puede explicar, sólo lo puede entender el que lo hace; es como cuando estás enamorado hasta los huesos”.

La pasión que José Luis siente por el Camino, unida a su gran amabilidad y su humildad, han convertido el albergue de esta pequeña localidad en uno de los más apreciados por los peregrinos pese a su austeridad. Los que allí pernoctan lo hacen sobre finas colchonetas situadas sobre el suelo de madera. Sin embargo, la paz y la alegría que él transmite inundan todos los rincones de la vieja casona.

El albergue abrió hace diez años gracias a José Ignacio Díaz, el cura de Grañón, y está ubicado en la casa parroquial, que estaba abandonada y se fue reconstruyendo con el trabajo voluntario de los peregrinos. Asimismo, todo el equipamiento es donado o prestado. “Hacemos una acogida pobre y austera porque el Camino hay que sufrirlo, hay que dormir en el suelo, mojarse, tener frío y calor”, apunta su hospitalero.

José Luis asegura que tiene vocación de peregrino desde que, cuando tenía cinco años, vio pasar en su Madrid natal a un romero y quiso ser como él. Pero su vida dio muchas vueltas y sufrió graves altibajos hasta que hizo realidad su sueño. Cuando tenía 30 años, estaba planeando hacer el Camino desde Madrid con un amigo pero él falleció, por lo que abandonó la idea hasta que años más tarde recorrió el Camino Portugués desde Lisboa con unos amigos de Canarias que vinieron a conocer la Península.

No sería hasta varios años después cuando volvería a pisar el itinerario jacobeo, en medio de una grave depresión y animado por unos buenos vecinos. “Yo estaba más muerto que vivo y no tenía muchas ganas, pero lo hicimos desde el Cebreiro (Lugo). Aquella ruta me cambió la vida, por el espíritu que tenía y por la amabilidad de la gente. Llegué a Santiago nuevo, fue como vivir una leyenda, te ardía el alma de amor”, asegura, convencido de que el Camino Francés es único.

El hospitalero explica que cuando regresó a Madrid se dio cuenta de que “ya no podía vivir sin el Camino” y en cuanto pudo volvió. “Fui desde Roncesvalles y fue mejor todavía”, rememora. A éste le siguieron otros muchos trayectos, que le fueron curando sus “carencias” y en los que conoció al cura de Grañón, impulsor de los hospitaleros voluntarios. Aprovechando que le habían jubilado por incapacidad, hace 16 años José Luis comenzó a prestar su ayuda en diversos albergues hasta que seis años después se puso al frente del proyecto de Tosantos.

En la última década, ha vivido durante ocho meses al año, de marzo a noviembre, en la pequeña localidad burgalesa atendiendo el albergue con ayuda de voluntarios. José Luis explica que se organizan siguiendo la regla de San Benito: “Ofrecemos un techo, calor humano, un plato de comida y oración”. A cambio, un donativo anónimo que se emplea en sufragar los gastos de mantenimiento y lo que sobra lo entregan a Cáritas Burgos.

“Tenemos todas las plazas que haga falta porque al que llega aquí no se le dice que no hay sitio, le buscamos un hueco y si se llena el albergue abrimos la escuela”, resalta el hospitalero, quien cree que “no se puede limitar la libertad del peregrino con tantas normas”. En su caso, sólo hay dos: “el sentido común” y que el descanso es sagrado. “La casa es muy vieja y ruidosa, por lo que tenemos que dormir todos a la vez ocho horas”, señala. A este respecto, José Luis afirma que “lo primero que tiene que hacer un peregrino es cuidar su cuerpo, su alimentación y su descanso porque el proceso interior que es el Camino empieza a partir de tu cuerpo, que es el vehículo con el que haces la ruta”.

Lectura de las intenciones

El alma del Camino revive cada noche en la pequeña capilla situada en la segunda planta del albergue, en una sobrecogedora oración comunitaria a la que se suelen sumar la mayoría de los romeros al margen de sus creencias. Tras el rezo, los asistentes dejan en una urna sus intenciones y, a continuación, leen en voz alta las depositadas por los que descansaron en Tosantos en días precedentes.

El dolor se adivina en la mayoría de ellas, escritas por caminantes con familiares enfermos o que han perdido recientemente a seres queridos. “Son peticiones, no queremos acciones de gracia porque es una manera de compartir con otros peregrinos lo más duro”, explica José Luis. Todas ellas se leen durante 20 días, las etapas que restan hasta Santiago, y el 22 de agosto se queman juntas en una hoguera en medio de una gran fiesta.

El hospitalero indica que la primera intención la dejó una zaragozana que hacía el Camino con una figura de la Virgen del Pilar en la mochila y que pedía que rezaran por ella porque tenía un tumor en la cabeza y no quería morir porque sus hijos pequeños “la necesitaban mucho”. “Cuando volvió de Santiago la operaron y descubrieron que el tumor era leve; luego vino y nos dejó la Virgen, que ahora está en una esquina de la capilla”, añade.

José Luis insta a recorrer el Camino de Santiago porque da “paz y te enseña que tú eres los demás para los demás”, pero recomienda que se haga “sin prisa, dispuestos a hablar y, sobre todo, a escuchar”. “Nadie sabe dónde está lo que busca, por eso hay que mirarlo todo”, asegura el hospitalero, para el que la Ruta Jacobea “es un proceso de encuentro con tu yo interior y de aceptación; hacerte amigo de él y comprender que eres imperfecto, pero que eso es positivo porque no habría iglesia sin cruz y no habría bien sin mal”. Eso sí, se lamenta de que el itinerario se está convirtiendo en “algo artificial y folclórico”, con “mucha gente huyendo de la vida y pocos buscando”.

En su caso, se muestra enormemente agradecido por ejercer como hospitalero. “Estar aquí se disfruta como nada. Soy voluntario pero yo pagaría por venir, no estoy aquí por la generosidad de dar, sino por el egoísmo de recibir; estoy trabajando más que en mi vida, pero la recompensa es grandísima por lo que la gente te da”, concluye mientras una gran sonrisa ilumina todo su rostro.