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De refugio para bandidos a entorno natural privilegiado

06 julio 2010 / Mundicamino

Los Montes de Oca separan las localidades burgalesas de Villafranca y San Juan de Ortega, un trayecto de doce kilómetros que discurre en medio de un bosque y que cuenta con empinadas rampas.

Nada más dejar atrás la última casa de Villafranca Montes de Oca (Burgos), el peregrino tiene que afrontar una empinada ascensión que le lleva hasta un mirador sobre las sierras de la Demanda y San Millán. Es el duro prólogo de un trayecto de doce kilómetros por los Montes de Oca, uno de los lugares con más encanto del Camino de Santiago, donde se puede disfrutar de la tranquilidad y del contacto con la naturaleza lejos del tráfico y de cualquier signo de civilización.

Durante unas tres horas, el peregrino anda por las pistas forestales construidas sobre las antiguas calzadas jacobeas, siguiendo las huellas que dejaron miles de caminantes durante varios siglos. La ruta discurre rodeada de un tupido bosque en el que predominan los robles autóctonos, aunque también pueden ver pinos y hayas y, si hay suerte, algunos animales propios de estas latitudes, como corzos, ciervos, jabalíes o gatos monteses.

Los Montes de Oca, que marcan la divisoria entre las cuencas del Duero y del Ebro, siguen conservando en la actualidad reminiscencias de su mítico pasado, aunque su paso hace mucho tiempo que está exento de peligros. Durante siglos, fueron el hogar de innumerables bandidos que acechaban a los peregrinos para asaltarles y robarles sus pertenencias.

Ubicados unos 30 kilómetros antes de llegar a la capital burgalesa, fueron uno de los pasos más temidos por los romeros de toda Europa que se dirigían a Santiago de Compostela durante la Edad Media hasta tal punto que San Juan de Ortega decidió fundar allí una iglesia y un hospital para que los viajeros pudieran descansar en un refugio seguro.

De los doce kilómetros que separan Villafranca Montes de Oca de la pequeña localidad que lleva el nombre del santo nacido en Quintanaortuño y gran impulsor de la Ruta Jacobea, aproximadamente cuatro son de subida, explica el alcalde del primer municipio, Nicolás Solórzano. La principal dificultad es la dura rampa inicial, ya que el resto tiene menores desniveles, que, según indica el regidor, «no discurre por el recorrido original, sino que la anterior Corporación local realizó una nueva salida de pueblo por una finca particular».

El alcalde de Villafranca destaca la importancia del Camino de Santiago para una localidad que cuenta con 140 personas empadronadas, pero de las que sólo 80 residen allí de forma permanente. «Los peregrinos traen riqueza, tenemos a 25 personas trabajando en la hostelería y un albergue municipal con 60 plazas abierto todo el año», señala Solórzano, quien muestra su preocupación porque el trazado elegido para la futura autovía entre Logroño y Burgos atraviese 15 kilómetros de los Montes de Oca, cuestión por la que el Ayuntamiento ha interpuesto un contencioso al Ministerio de Fomento ya que considera que esa carretera «destrozaría» la masa forestal.

Trayecto. Una vez superadas las primeras rampas a la salida de Villafranca, el caminante alcanza la legendaria fuente de Mojapán, donde la subida comienza a suavizarse aunque el camino sigue su línea ascendente hasta un monumento dedicado a los fusilados en la Guerra Civil. El regidor indica que recientemente han comenzado las excavaciones para exhumar los cadáveres y que se calcula que puede haber cerca de 200 personas enterradas, procedentes de otros puntos de la provincia y de la región castellano y leonesa, que fueron fusiladas en medio del monte y enterradas por los vecinos de la localidad burgalesa.

Desde allí, a más de 1.100 metros de altura, el peregrino atraviesa uno de los puntos más emblemáticos de los Montes de Oca, una especie de tobogán con un pronunciado descenso hasta un pequeño puente de madera que salva un riachuelo y que continúa con una empinada cuesta. Pese al cansancio acumulado, pocos romeros se resisten a sacar su cámara de fotos y llevarse un recuerdo de un paraje que parece que se ha congelado en el tiempo.

Superado el último gran repecho, muchos aprovechan para descansar un poco sentados a la sombra de los árboles, satisfechos por haber coronado un lugar «tan bonito». «Echábamos de menos un poco de entretenimiento después de varias etapas llanas, aunque sea un poco duro», señala el peregrino pontevedrés Pablo Vázquez, una opinión compartida por la mayoría de los caminantes, como el alemán Eberhard Ludwig, encantado de «ir caminando por medio de un bosque». Eso sí, algunos se quejan de que el recorrido es «duro para los pies» y de que «hay tramos se hacen pesados».

Tras recuperar el aliento y disfrutar de la paz del bosque, los peregrinos afrontan unos seis kilómetros de bajada casi constante por una amplia pista forestal que desemboca en el emblemático monasterio de San Juan de Ortega, un final inigualable para un trayecto que marca un punto de inflexión en la Ruta Jacobea, que discurrirá a partir de aquí y durante muchas jornadas entre los ‘mares’ de cereales de la meseta castellana.