Apostol

Un camino interior

20 julio 2010 / Mundicamino

Diario de una peregrina: Etapa 1: Redecilla del Camino-Villafranca Montes de Oca.

Cinco días, cinco etapas. En pleno Año Santo Jacobeo recorremos a pie los 115 kilómetros del Camino de Santiago que atraviesan la provincia de Burgos de este a oeste. Esta es la crónica del primero de esos cinco tramos.

¡Buen camino! Es mucho más que un sincero deseo. Que un simple saludo mecánico. Que una transfusión de ánimo. Aún no he echado a andar y esas dos escuetas palabras salen de mi boca de forma inconsciente, espontánea. Como un filamento solidario. Alexander, un brasileño que apenas habla español, se gira, sonríe y repite la misma máxima: ¡Buen camino!

Son las 05.30 horas del lunes 31 de mayo y la silueta de Alexander se aleja bajo una luna menguante por la Calle Mayor de Redecilla del Camino. A la puerta del albergue San Lázaro, Peggy ajusta la mochila de su hermana Manuela, que esta mañana anda un poco más rezagada por culpa de las ampollas en los pies. Andreas y Rolmona, sus padres, esperan. Para esta familia alemana es su séptimo día del camino. Salieron el día 25 de Roncesvalles. Para Chus, el fotógrafo, y para mí, el primero. Hemos hecho noche en la primera localidad del itinerario jacobeo en la provincia de Burgos y estamos a punto de lanzarnos a una aventura física y espiritual única. A pelo. Sin preparación previa. Como dos peregrinos más.

El ‘despertador’ (la campana del reloj de la iglesia de la Virgen de la Calle, frente al albergue) nos ha sacado de la litera a las cinco de la madrugada. Es noche más que cerrada. Las habitaciones parecen una asamblea de la ONU. 25 peregrinos de nueve nacionalidades diferentes: húngaros, suecos, alemanes, coreanos, estadounidenses, brasileños, italianos y españoles. Pese a que no he pegado ojo -lo de la campana es un martirio, lo de los ronquidos peor que una pesadilla y además extraño la cama y la almohada- me levanto motivada. Sin hacer ruido. Salvo la familia alemana y Alexander, el brasileño, el resto aún duermen. 30 minutos para asearnos y listos. No hay desayuno. Carmen y Mari, las dos vecinas que atienden el albergue municipal, solo dan comidas y cenas, de modo que hay que empezar a andar ‘ligeros’ de estómago.

Salimos tras Andreas, Rolmona, Manuela y Peggy. En silencio y a paso vivo, seguimos las flechas amarillas, claves para no perderse. Destino: Villafranca Montes de Oca. 24 kilómetros por andar. De Alexander apenas divisamos su enorme mochila a lo lejos. El camino entre Redecilla y Castildelgado discurre pegado a la N-120 y el ruido de los camiones es un fastidio. Hemos cubierto los dos primeros kilómetros y empieza a amanecer. Dos kilómetros más y con el animado canto de los pájaros de fondo entramos en Viloria de Rioja, cuna de Santo Domingo de la Calzada. En la plaza, alcanzamos a la familia alemana, que se ha detenido a hacer unas fotos. Se quedan rezagados. Quedan casi cuatro kilómetros hasta Villamayor del Río y mis piernas y mi estómago solo sueñan con un pausado desayuno en ‘Casa León’. De Alexander, a esa hora de la mañana, no se ven ya ni las huellas en el camino. Los pies, de momento, perfectos. No tanto el hambre, que aprieta. Y más al llegar a Villamayor, al darnos de bruces con la cruda realidad. ‘Casa León’, cerrado.

Chus me anima con una barrita energética y a tirar hacia Belorado. Sin mirar atrás. Siempre hacia delante. Esa es la máxima. Ese es el reto, físico y mental. En este tramo disfrutamos de un paisaje salpicado de verdes que abruma. A las 8.30 horas, por fin, reponemos fuerzas en el albergue ‘A Santiago’. Einoras y Gabriele, dos jóvenes lituanos que vienen desde Saint Jean de Pied de Port, apuran un par de pitillos antes de arrancar una etapa que les llevará hasta San Juan de Ortega.

Enseguida nos rebasan. Caminan cogidos de la mano. El calor empieza a apretar y nuestro caminar se hace más lento. Tosantos, Villambistia, Espinosa del Camino… La cantimplora ya va medio vacía y en el bar de Espinosa cambiamos el agua por un par de cervezas, que nos saben a gloria. Quedan poco menos de cuatro kilómetros para finalizar la etapa y no vemos la hora de llegar. A las 12.30 horas, entramos en Villafranca. Junto a la iglesia de Santiago, un grupo de cinco peregrinos de Trujillo que recorren el camino en bicicleta comen fiambre y fruta. Dicharacheros, confiesan que las razones que les han llevado a hacer la ruta jacobea son variadas: deportivo, espiritual y gastronómico. «Para qué ocultarlo. Nos gusta comer y beber. Pero hay que dosificar, porque en Logroño nos dimos un homenaje y luego no había quien moviera los pedales». Hoy quieren llegar hasta Burgos.

En el albergue de San Antón, un antiguo hospital de peregrinos del siglo XIV reformado, el ex senador del PP Pedro Martín Iglesias hace las labores de hospitalero. «Nada de literas. Al hotel y a una cama de verdad». Tras la penosa noche de Redecilla, Chus y yo aceptamos encantados. La ducha, la comida y la siesta nos dejan como nuevos. En el cercano albergue municipal, las 40 plazas están completas. Cae la tarde, y en el patio, a la hora de la cena, no queda una mesa libre. Tras un rato de amena conversación, es hora de retirada. Mañana toca La Pedraja. Etapa dura.