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El Camino Francés pierde el monopolio

02 agosto 2010 / Mundicamino

Pueblos como O Cebreiro o Triacastela perciben un bajón en la afluencia porque muchos peregrinos empiezan la ruta en Sarria o escogen otras vías a Compostela para evitar la aglomeración veraniega.

El barro que inundaba el Camino en enero se ha vuelto polvo seco. Los ríos que entonces estaban desbordados tienen ahora el agua justa para no convertirse en un lecho inerte. El paso ligero de las botas que atraviesan la ruta francesa a Santiago evapora la tierra y la convierte en pequeñas nubes que nublan la mirada de los que vienen detrás. Hace calor. Una temperatura sofocante que obliga a los peregrinos a levantarse antes del alba. «Somos los últimos en dejar los albergues. Comenzamos a andar a las siete de la mañana, pero hay gente que se levanta a las cinco y media y empieza ya a las seis. Porque por la mañana es la mejor hora para caminar», explican Javier Rama y David Meijide.

El primero es de Ponteceso. El segundo viene de A Coruña. El suyo es horario gallego, no europeo. Eligieron hacer la ruta desde O Cebreiro «para olvidarse un poco de la ciudad», explica David. Tiene la espalda quemada. Aunque ya no percibe las heridas. Fue un despiste de novato. «Nunca pensé que fuera a calentar tanto aquí en Galicia», cuenta. Las heridas son la huella que le dejó el Camino al atravesar el alto de O Poio, la primera gran prueba que tienen que cruzar a pocos kilómetros del santuario de O Cebreiro.

En enero los peregrinos luchaban ahí contra la nieve. Ahora tienen que protegerse contra el calor. Porque el Camino es un lugar en el que todavía hay cuatro estaciones. Son cuatro temporadas que se notan en el paisaje y en los negocios que emergen junto a la ruta. En invierno la mayoría están cerrados, aguardando el verano. Ahora se multiplican. Bares, cafeterías, restaurantes con menú o máquinas de refrescos conectadas al tendido eléctrico en medio de un vasto horizonte verde.

Kilómetros justos

Dicen en O Cebreiro y en Triacastela que este año hay menos peregrinos ascendiendo el puerto más alto del Camino Francés que otros Xacobeos. «Hay domingueros que van haciendo etapas sueltas y hay muchos que empiezan por Sarria, justo para recorrer los kilómetros mínimos que han de hacer los caminantes para recoger la compostela», cuentan en O Cebreiro.

«Tan animado como outros anos non está», replican en un albergue privado en Triacastela. Con todo, contando las reservas, el martes tenían todo ocupado. Pero también explican que este año no consumen tanto como otras veces. Pero peregrinar es lo que tiene. Comer de bocadillo y no acabar hartándose. Es el secreto para poder caminar o pedalear.

Y también el Camino Francés parece haber perdido el monopolio de otros años. Porque las rutas alternativas como la de la Plata o el Camino Primitivo van acumulando adeptos que escapan a la marabunta que, incluso después de haber pasado el ecuador del 25 de julio, continúa desbordando albergues, aunque menos, en las etapas cercanas a Compostela como Melide o Arzúa.

A esa última localidad llegaron el miércoles los compañeros de Ponteceso y A Coruña. Lo hicieron tarde y tuvieron que ir al pabellón municipal. Antes del 25 de julio, eran cerca de trescientos los que dormían en la instalación. El miércoles había en torno a unos cien. Bajo el techo del pabellón podían oírse murmullos en todos los idiomas. Porque el Camino es una torre de Babel en la que el idioma no importa a la hora de hablar de ampollas, kilómetros y experiencias personales. Son las historias que dan vida a la ruta.

«El Camino es una experiencia interior», explica un peregrino italiano que descansa en O Cebreiro y que lleva tatuada la cruz de Santiago en la espalda. La grabó con tinta tras haber realizado la ruta el año anterior. Viene con otros tres amigos. Pedaleando a razón de cien kilómetros al día.

O «es un modo de recargar pilas para hacer el camino de todos los días», como apunta un mexicano con familia en Pontevedra, un peregrino que ha iniciado el camino con un implante en una rodilla.

Alternativa

Incluso para otros como Marc, un joven de Valencia que empezó solo en Roncesvalles y que esta semana andaba ya por Melide, es mejor que ir a Ibiza. «Unos amigos estaban esperando en León para ir allá, pero preferí continuar el Camino porque esto es algo que envuelve. Vas conociendo a un montón de gente y es una gran experiencia. ¿Barato? Como todo. Es como ir echando equipaje en la mochila. Cada vez pesa más, pues al llevar muchos días en ruta vas gastando, vas gastando y al final…», apunta. Aunque caro no es. Dormir en un pabellón vale tres euros, en un albergue público cinco y los privados varían entre los ocho y los diez.

También es un modo de agradecer el haber acabado una carrera. «Terminé Arquitectura, iba a hacer una peregrinación y como tengo una novia de Madrid, eligió el Camino a Santiago para agradecer el haber terminado. Empezamos los dos y ahora hemos ido conociendo a mucha gente por la ruta», cuenta Pietro, que viene desde Roncesvalles.

O es una fórmula de pasar unas vacaciones agradables. Como han hecho un grupo de jóvenes de San Marino que el miércoles cocinaban macarrones con tomate al aire libre en el albergue de Melide. «Es como un campamento de verano», apuntaban entre idas y venidas a la cocina para buscar ingredientes que añadir al agua que ha alcanzado la temperatura justa.

O una forma de juntarse todos en familia, como una mujer de Melilla que viaja con sus hijas. «Habíamos hecho el Camino Portugués antes, y ahora querían volver a hacerlo», explica marcando el ritmo de la marcha. Como tiene con que comparar, explica que el Francés es mejor que el Portugués porque hay una mayor infraestructura en torno al Camino. «En el Portugués tenías que calcular exactamente el número de kilómetros que hacías porque podía haber días en los que no encontraras donde dormir. Aquí no ocurre», explica.

También es una forma de entrar en un libro leído años atrás. Es lo que hizo una joven llegada de Corea del Sur que tendía la ropa en Triacastela. «La mejor parte es cuando llegas al albergue y, tras haber caminado horas, puedes dormir un poco», cuenta. Pero no es la única que ha llegado a Galicia desde tan lejos.

Fueron sus compatriotas unos de los primeros en tomar el Camino en el gélido enero de este Xacobeo. Lo hicieron a paso ligero, aprovechando para probar el pulpo con cachelos. Y es que Corea, la del sur, tiene entre sus habitantes en torno a un 9% de católicos. Por eso les gusta venir a Santiago de Compostela para ver la catedral.

Reencuentro

O la ruta jacobea es también una forma de disfrutar de unas vacaciones con perro, como Jessica y su mascota Titán, que han llegado desde Barcelona. O una fórmula para cumplir una promesa, como Miriam, que descansaba tras realizar una etapa de la ruta Primitiva, la que viene de Oviedo. «Todo esto es bastante duro, pero bueno…», explica.

Para otros es un lugar en el que volver a coincidir tras haber estado conectados únicamente por correo o teléfono. Como Sergio, que viene de Madrid; Clinton, que es estadounidense, pero vive en Holanda; Rodrigo, natural de Belfast (Irlanda), o Nico, que es turinés. Se conocieron en Budapest por trabajo. Pensaban que no iban a volver a pasar unos días en compañía. Lo intentaron, hicieron bailar fechas en sus calendarios de vacaciones y ahora están juntos en la ruta.

Porque el Camino es también una forma de encontrarse. A otros o a nosotros. O eso dicen los que lo han hecho alguna vez. Para comprobarlo, habrá que hacerlo alguna vez. Únicamente hay que caminar y caminar.