Apostol

Un cambio obligado Diario de una peregrina. Etapa 3: Atapuerca-Burgos

03 agosto 2010 / Mundicamino

La Asociación de Amigos del Camino debería intentar ‘conducir’ la entrada de los peregrinos a Burgos a través del ‘pulmón’ de Fuentes Blancas y no de la árida zona industrial de Gamonal. Las ventajas frente a las incomodidades son infinitas.

Comienza a fascinarme lo que hay detrás del Camino. El sacrificio, el afán de superación, la convivencia, la autenticidad. Apenas llevo tres días en la ‘piel’ de una peregrina y empiezo a meterme en esa burbuja. Siento que su rutina engancha, que se echan muy pocas cosas de menos y que es muy fácil vivir con poco. Tres días y ya sufro el mismo síntoma que casi todos: cero preocupaciones.

Esta mañana Chus y yo no necesitamos ya ni el despertador para ponernos en marcha. La etapa desde Atapuerca hasta Burgos es llevadera (21 kilómetros) y se nota en el ambiente. A las 6.30 horas desayunamos con calma y en animada compañía junto a la familia alemana, con los ‘catalanes’, como hemos bautizado al grupo de Ramón, Paqui y Víctor, y el ‘abuelo’ Hermenegildo. Unos minutos de relax frente a una humeante taza de café con leche y una apetitosa tarta de manzana a la que sería incapaz de resistirse hasta el mismísimo ‘Homo Antecessor’. Peggy, una de las dos hermanas alemanas, la saborea despacio. Sonríe a cada bocado mientras farfulla en inglés que es la mejor que ha probado nunca. Su madre, que hace ya un rato que ha dado buena cuenta de su trozo, asiente con elocuentes gestos. Están disfrutando de esta aventura y se nota en sus rostros. Desembarcaron en el Camino en busca de «una terapia física y mental» después de que Peggy sufriera un accidente de tráfico y la experiencia les está dando más de que lo que imaginaban.

Con el apetito saciado iniciamos la marcha con la mirada puesta en la pista de tierra que enfila hacia la sierra de Atapuerca. La subida, entre un espeso bosque de encinas y quejigos, es de las que quita el resuello. Corta pero dura, especialmente en sus últimos metros por las enormes piedras que jalonan el sendero. Me he adelantado al resto del grupo y espero su llegada junto al hito de piedras y la gran cruz que marcan la cima. En este punto, la vista que se abre de los valles del Vena -al norte- y del Arlanzón -al sur- es única. El descenso hacia la pequeña aldea de Villalval lo realizamos junto a los tres catalanes y a Hermenegildo por una pista nueva que atraviesa unos cultivos de cereal. Caminamos de dos en dos, con paso vivo y en animada charla. Siguiendo las huellas. Gracias a la conversación se hace más llevadero el tramo por carretera que discurre entre Cardeñuela Río Pico y Orbaneja Río Pico. Luce un sol intenso y el asfalto mata.

Instintivamente, y tras llegar al puente que cruza la autopista AP-1, en vez de continuar hacia Villafría, tomamos un desvío que se abre a la izquierda, junto a una nueva urbanización de adosados blancos. El sendero bordea el aeropuerto y nos conduce, tras dejar atrás unas escombreras, hasta Castañares. No hemos podido hacer mejor elección. Estamos ya en ‘casa’ y nos dejamos llevar por esa tranquilidad que da el hecho de conocer el terreno. Y hoy, como buenos anfitriones, queremos que el pequeño grupo que nos acompaña se lleve la mejor imagen de Burgos. Por eso, nada de caminar por la N-1 ni por la N-120 ni por áridos polígonos industriales, subiendo y bajando aceras. El parque de Fuentes Blancas, y después la Quinta, hasta los mismos pies del Museo de la Evolución Humana, es la entrada perfecta a la ciudad para los miles de peregrinos que llegan cada año. Nuestros ‘invitados’ así lo confirman. En la playa de Fuente Prior, bajo la arboleda, hacemos un alto para reponer fuerzas. Son las 11.15 horas de la mañana y nos hemos ganado el almuerzo. Por primera vez en tres días me siento extraña. Como desubicada, como desorientada. Mi destino es el albergue de la Casa del Cubo y mientras recorro las calles de San Lesmes, San Juan, Avellanos y Fernán González miro la ciudad de otro modo. A las puertas de la Casa del Cubo ya hay un aluvión de peregrinos. El albergue abre a las doce y en apenas 45 minutos por su puerta pasan más de 100 personas. Entre ellos, nosotros, más o menos descoyuntados, pero con ganas de mucho más. Tras una ducha, nos metemos en la piel de ‘guías’ y cumplimos a la perfección, con visita a la Catedral incluida. Sacando pecho.