Apostol

Cabalgando desde Güemes a Santiago

13 agosto 2010 / Mundicamino

Doce jinetes cántabros recorrieron 670 kilómetros en una peregrinación de quince etapas para alcanzar el sepulcro del Apóstol a lomos de sus caballos.

Dos largos años hubieron de transcurrir desde que surgió la idea hasta que ésta fue tomando forma. Muchos meses cavilando la manera de hacer la ruta y encontrar albergue para jinete y montura, hasta que en enero se concretaron las primeras reservas. Quince personas -doce jinetes más tres personas en dos coches de apoyo- dispuestas a recorrer el Camino de Santiago bajo la perenne compañía del repicar de los cascos contra el asfalto.

Procedentes de Laredo, Colindres, Solares, Pedreña… los peregrinos, algunos de ellos miembros del Club Deportivo Elemental de Amantes del Caballo, y con la ayuda del párroco de Güemes, Ernesto Bustio, recorrieron, a un ritmo de unos 45 kilómetros diarios, un trayecto sembrado de anécdotas, de viejos desconocidos y silencios sólo quebrantados por el relinchar de sus monturas, en una persecución constante del atardecer.

Etapas

Fueron quince etapas de un mínimo de 38 y un máximo de 60 kilómetros. En cada una se esconde una historia, un recuerdo y un paisaje irrepetible. Aunque una de ellas, por encima de todas, dejó huella en la memoria de los jinetes.

Se inició en Pejanda (Polaciones), con destino a Dobres (Vega de Liébana). Un recorrido de unos 45 kilómetros por la ruta lebaniega que, a pesar de la belleza incomparable del paisaje, destacó, sobre todo, por los encuentros y los recuerdos. El sacerdote Don Manuel Muela, muy conocido en la zona y un experto conocedor del terreno, se levantó a las cinco de la mañana para salir a su paso y guiarles entre las montañas con la precisión de un ‘sherpa’ mientras explicaba a los jinetes el nombre de cada pico y la procedencia de cada piedra que los caballos sorteaban en el camino. Todo un lujo.

Paso a paso. Kilómetro a kilómetrohasta el final del recorrido. La llegada a Santiago, donde recibieron la compostelana, puso fin a un viaje sin retorno en el que cada cual dejó una parte de sí, pero también se arropó con la experiencia de los otros peregrinos del camino.