Apostol

La cruz de Mostelares: Hontanas-Itero del Castillo

16 agosto 2010 / Mundicamino

Es uno de los tramos más hermosos del Camino a su paso por la provincia. Y uno de los más agotadores por el duro ascenso al Alto de Mostelares. Una vez alcanzada la cima, las impresionantes vistas compensan del enorme esfuerzo.

Ultima jornada. Nuestro periplo periodístico por los 115 kilómetros del Camino de Santiago que atraviesan la provincia de Burgos de este a oeste está a punto de llegar a su fin. Al levantarme, noto sentimientos encontrados. Por un lado, asoma el deseo de la vuelta a casa y por otro, tiran las ganas de seguir andando. De llegar hasta el final. Tras cinco días de intensas vivencias, de compañerismo, de superación, de empaparnos del ‘espíritu’ jacobeo, esta experiencia ha sido mucho más que un trabajo, que una sucesión de historias, que un relato desapegado. Sí. El Camino engancha y Chus y yo no hemos sido una excepción.

Nos sacudimos la pena y, tras desayunar en el hostal Fuentestrella de Hontanas, emprendemos la marcha. Esta última etapa nos llevará hasta Itero del Castillo, el último pueblo de la provincia de Burgos en el límite con Palencia. 20 kilómetros a pie para completar una aventura única. Con las primeras luces del alba, dejamos Hontanas. Al principio con paso decidido y, después, a medida que nos vamos acercando a las impresionantes ruinas del convento de San Antón, más despacio. Aunque lo hemos intentado, no podemos seguir el ritmo de Hermenegildo y de los leridanos Ramón, Paqui y Víctor, a los que perdemos de vista tras cruzar unos campos de amapolas. Mis pies van intactos pero Chus, que lleva una ampolla enorme en el pie derecho, camina muy dolorido. En San Antón, bajo el gran pórtico gótico, nos entretenemos unos minutos leyendo las numerosas notas de agradecimiento depositadas por los peregrinos en una hornacina. Están escritas en todos los idiomas. Palmira, una peregrina valenciana que también se detiene en este punto, deja una piedra sobre la que ha grabado un nombre. Nos sonríe y decidimos continuar en su compañía hasta Castrojeriz.

A la entrada de la villa, en la terraza de un coqueto bar frente a la ex colegiata de Santa María, reponemos fuerzas junto a nuestros amigos los catalanes, que han hecho parada en este lugar para almorzar. Somos conscientes de que estamos compartiendo los últimos momentos de nuestro peregrinaje con ellos y queremos aprovecharlos al máximo. Chus y yo lo dejamos en Itero, Ramón y Paqui en Ponferrada (sus dos niñas les esperan en Lérida) y Hermenegildo y Víctor seguirán hasta Santiago. Para este último, el Camino ha supuesto un punto de inflexión en su vida y está afrontando la experiencia como una terapia física y mental con la que eliminar un puñado de demonios. «La mala vida, ya sabes; muchos vicios y demasiado estrés. Víctor ha venido a sufrir y Paqui y yo a ayudarle. Está siendo una experiencia maravillosa», declara Ramón, su amigo y socio en negocios hosteleros. Más introvertido que el resto, el joven Víctor ha conectado a la perfección con el ‘abuelo’ Hermenegildo. Caminan juntos y se dan ánimos mutuamente. «Es un muchacho estupendo y con una fuerza de voluntad enorme», afirma el empresario madrileño. Unos minutos más de amena conversación y proseguimos la marcha, camino del Alto de Mostelares, donde volvemos a quedarnos rezagados. La subida, de kilómetro y medio, es dura y a estas alturas del viaje pesan las piernas. Una vez alcanzada la cima, las impresionantes vistas compensan de tanto esfuerzo. Por un camino de piedras, a lo largo de 8 kilómetros, cruzamos el extenso páramo y descendemos entre cultivos de cereal hacia Itero del Castillo, nuestro final de etapa. Derrotados y en un silencio solo roto por el canto de los pájaros, entramos en la ermita de San Nicolás, transformada en albergue de peregrinos y sede de la Confreternitá de Perugia (Italia), donde uno de sus voluntarios nos sella la credencial. Tras desprendernos de las mochilas y pegados al medieval Puente Fitero, uno de los hitos del Camino levantado a 446 kilómetros de Santiago, Chus y yo nos vamos despidiendo de nuestros compañeros de viaje: de Javi, el vallisoletano; de Lel, la inglesa; de Hemernegildo, de los catalanes, de la familia alemana… Es difícil no emocionarse.

Ya en el coche, y de vuelta a casa, me vienen a la memoria las palabras grabadas en una de las paredes del albergue de la Casa del Cubo de la calle Fernán González: ‘Tu ya llegaste. Por lo tanto, siente el placer en cada paso y no te preocupes por las cosas que tienes que superar. No tenemos nada delante de nosotros, apenas un camino para ser recorrido en cada momento con alegría’.