Apostol

Un bar repleto de huellas de los peregrinos

26 agosto 2010 / Mundicamino

Sinín Prieto atiende a ritmo de ‘rock and roll’ el establecimiento La Torre de Reliegos (León), cuyas paredes están llenas de frases escritas por los caminantes

No para quieto más de dos minutos. Atiende a los peregrinos que llegan al bar y a los vecinos con energía, moviéndose de un lado a otro de la barra pese a que no llegan a juntarse más de diez personas. Sirve rápido pero le da tiempo a hablar con todo el mundo y a ponerse una caña para él. Todo con ‘rock and roll’ de fondo a todo volumen, lo que le hace interrumpir la conversación mil veces para cantar alguna estrofa o ponerse a silbar. “Me gusta la música, la buena, y la mala también la escucho”, aclara Sinín Prieto, el dueño del bar La Torre de Reliegos (León), ubicado en plena ruta jacobea.

Delgado, aunque aún muestra orgulloso unos marcados bíceps cubiertos por tatuajes y algunas quemaduras recuerdo de su época como soldador, con una poblada barba casi blanca y con una boina negra que no se quita para nada, Sinín es uno de los personajes más conocidos del Camino Francés. Junto a su arrolladora personalidad, la culpa de su fama la tienen las cientos de frases que decoran todos los rincones de su bar.

“Las frases de la pared de detrás de la barra son todas mías porque yo antes era un poco escritor, ahora ya lo deje”, explica Sinín, quien comenta que los peregrinos empezaron a preguntarle si podían escribir algo y les dijo que sí. En la actualidad, sus reflexiones y dedicatorias llenan la fachada (que tiene además ojos, nariz y boca), las paredes interiores y hasta la parte inferior de barra. Todo, excepto una franja de pared que conserva los ladrillos de adobe originales, que el dueño explica que colocó su padre y donde ha puesto un cartel prohibiendo escribir, pero aún así algunos se han saltado la norma.

“Mi familia es de Reliegos desde hace mil años y yo nací en esta casa, en la cocina, hace 50 años”, explica Sinín, quien ha tenido una vida muy movida antes de volver a recalar en su pueblo. Además de soldador, ha ejercido de encofrador, limpiador de coches, tasquero y una larga lista de trabajos; “todo lo que me mandaban para comer caliente”, remarca.

En 2004, el anterior Año Santo Jacobeo, no tenía trabajo ni cobraba el subsidio por desempleo y decidió construir un bar en dos antiguas cuadras para cerdos de su padre. “Lo hice con ayuda de mi hermano, no teníamos andamios ni nada porque no teníamos dinero, pero yo sabía que iba a salir bien”, resalta. Desde entonces, está allí de forma casi permanente. “Trabajo veinte horas al día y me llega justo para vivir y pagar a la camarera, pero no me quejo porque la vida es así”, asegura Sinín, quien bromea con que no tiene tiempo “ni de morirse”.

De hecho, las puertas de su establecimiento siempre están abiertas. “Desde 2004 sólo he cerrado una vez para descansar”, comenta con orgullo. Recuerda que un día tenía la terraza repleta de clientes y de repente no pudo más. “Les dije que cogieran las bebidas que quisieran porque iba a cerrar. Luego puse un cartel que ponía ‘Cerrado por agotamiento del camarero’ y me tiré todo el día en la cama durmiendo. Al día siguiente estaba como nuevo”, relata con una sonrisa.

Recompensa

Sinín reconoce que todos estos esfuerzos le recompensan mucho a nivel personal. “Estar aquí es muy divertido, viene gente de todo tipo y de todos los sitios, incluso hasta de Laponia y de una tribu perdida de Canadá han llegado aquí. Vienen y te cuenta una historia y mil, y como a mí no me gusta hablar…”, bromea.

De repente, se pone serio y añade que todos los días antes de abrir se pregunta quién será “el primero en llegar” y que en invierno apenas tiene clientes y no gana “ni para la luz”, pero que no quiere cerrar para no dejar a nadie en la calle. “A veces, por la noche tiro cuatro o cinco colchones en el suelo del bar y duermen aquí, al calor de la estufa”, apostilla.

Asimismo, destaca que “los peregrinos son muy agradecidos” y que se llevan “un poco” de su corazón. “Todos los días viene gente que ha estado aquí otros años y también me mandan regalos de todo tipo, además de cartas y ‘mails’ tremendos que te hacen hasta llorar”, señala Sinín, quien asegura que se siente como si fuera un hospitalero. “La gente viene a mi puerta y soy feliz porque sé que he hecho algo bueno”, resalta.

En su bar, ofrece “a un precio justo” raciones, bocadillos calientes “a todas horas”, fruta fresca y un menú del día, aunque recalca que la ‘estrella’ es la tortilla de patatas que el mismo cocina. “Es muy famosa”, presume Sinín, quien añade que hay días que llega a hacer veinte. “Yo trato bien a los peregrinos mientras que otra gente les intenta engañar; a mí eso me pone enfermo”, añade el hostelero, quien se queja de que en la ruta jacobea hay “mucha competencia desleal” y anima a los caminantes a reclamar.

Después de estar seis años escuchando las historias de miles de peregrinos, Sinín explica que ha visto que el Camino de Santiago es “como una droga, te engancha mucho”, así que ha decidido vivir esa experiencia en primera persona. El dueño de La Torre realizará en noviembre su primera peregrinación a la capital gallega desde Saint-Jean-Pied-de-Port (Francia), aunque su bar seguirá abierto, atendido por su camarera.