Apostol

A Santiago voy, pero a caballo

23 septiembre 2010 / Mundicamino

Salieron de Aballe, llevan un camión de apoyo y esperan cubrir la ruta en ocho etapas tras empalmar con el camino francés en León.

Un grupo de nueve jinetes recorrerá 465 kilómetros del camino jacobeo

Desde la localidad parraguesa de Aballe hasta Santiago de Compostela, 465 kilómetros que en ocho etapas, con una jornada de descanso, van a recorrer nueve jinetes que son vecinos de los concejos de Cangas de Onís, Piloña, Llanes y Onís. ¿El motivo? «La afición por los caballos y el deseo de fomentar el Camino de Santiago», explicaba ayer Luisi Fernández, la portavoz del grupo y quien tiene perfilado el itinerario sin haber dejado ningún detalle al azar.

La primera etapa les conduce hasta la localidad de La Uña, en las proximidades del puerto de Ventaniella. Desde allí hasta Boñar y luego hacia La Virgen del Camino, para empalmar con el camino francés y tratar de alcanzar Santiago de Compostela el sábado 25 de septiembre.

Cada una de las ocho etapas va a tener una media «de 60 kilómetros», el presupuesto de cada jinete «rondará los 300 euros» y llevan como apoyo «un camión, que transporta nuestra comida, el forraje, pienso y medicamentos para los caballos y nueve colchones». Hasta «una nevera, una parrilla y una ducha portátil, acoplada a un depósito de mil litros de agua» viajan en la caja del vehículo, detalló Luisi.

Los nueve intrépidos jinetes son Juan Luis Lledías, Pedro Alonso, Alejandro de Dios, José Traviesa, Pablo Prieto, Santiago Arenas, Marco Antonio Forcelledo y las hermanas canguesas Luisi y Desi Fernández. La salida real se produjo a las tres de la tarde de ayer, desde la iglesia de Aballe, aunque la partida estaba fijada para dos horas antes.

¿Cuál fue la causa del primer retraso? La intendencia, porque el tiempo se hizo eterno en subir la mercancía al camión. Allí entró casi medio centenar de fardos de hierba seca; doce sacos de pienso; un depósito de mil litros de agua; cinco cajas de cerveza, dos de vino y otras dos de refrescos; varios envases con plátanos, melones y melocotones; decenas de kilos de costillas, panceta y embutidos; la nevera y la parrilla; un generador de corriente y, por último, nueve colchones. Y para que los caballos duerman a buen recaudo marcharon provistos de varillas metálicas, aisladores y tres pastores eléctricos con el propósito de montar un amplio corral. Ni Cristóbal Colón asomó al Atlántico tan preparado cuando ni siquiera sabía que iba a descubrir América, en el año 1492.

Al marchar caía una fina lluvia sobre Aballe y los jinetes estrenaron amplias capas de plástico. Iban provistos de camisetas con la leyenda «De Covadonga a Santiago» y valoraban que llevan un botiquín con «antibióticos, antiinflamatorios y electrolitos para evitar la deshidratación de los caballos».