Apostol

El sueño del pequeño Ratzinger

07 noviembre 2010 / Mundicamino

Tenía tan sólo 9 años y ya soñaba con Compostela. En el seminario menor en el que acababa de entrar, un profesor les cantó las alabanzas del Camino de Santiago y de la tumba del Apóstol. En Compostela, casi donde termina el mundo. En el ‘finis terrae’.

Desde entonces, el pequeño Joseph Ratzinger soñó con abrazar un día al Apóstol amigo de Jesús y peregrinar hasta la catedral del campo de las estrellas.

Todos los seminaristas sueñan con tres lugares santos del cristianismo: Roma, Jerusalén y Santiago. Las tres sedes apostólicas.

Y muchos de ellos alcanzan los tres sueños: pisar Tierra Santa, la patria de Jesús, Roma, la tumba de Pedro y Compostela, la tumba de Santiago. Pero Joseph Ratzinger tuvo que esperar a ser Papa para lograrlo.

De joven sacerdote visitó Roma. Eran los tiempos del Concilio Vaticano II y Ratzinger, joven teólogo entonces, se codeaba ya con los grandes intelectuales de la época. Los que pusieron las bases de aquella enorme primavera eclesial: Rahner, Küng, o Schillebeeckx. Y con ellos formó equipo, como perito conciliar.

A Tierra Santa fue varias veces. Primero de cura, después cuando ya era arzobispo de Munich y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, por último, de Papa, del 8 al 15 de mayo del año pasado.

Sólo le quedaba una asignatura pendiente: Santiago. Estuvo a punto de venir a la ciudad gallega en varias ocasiones. La última en 2005. Lo tenía todo preparado, hasta los más mínimos detalles. Vendría con su hermano George y pasarían en la capital gallega una semana entera. Para empaparse bien de lo que es y significa el hecho Xacobeo.

Pero una causa de fuerza mayor les impidió cumplir su deseo: Juan Pablo II empeoraba a ojos vista y el decano del colegio cardenalicio no podía abandonar su puesto en Roma. Y el viaje se canceló.

Pero hoy, Ratzinger ha cumplido, por fin, su sueño compostelano. Llega como peregrino, pero revestido con la sotana blanca. La sotana que sólo pueden llevar los Papas. Y, cuando abrace al Apóstol, Benedicto XVI, agradecerá al Altísimo que le haya permitido cumplir su sueño.

Y, como es lógico, tendrá un recuerdo especial para su hermano que, esta vez, por ser mayor y estar delicado de salud, tuvo que quedarse de nuevo en su casa de Alemania. A la vuelta, el Papa le contará todo lo que haya visto y oído. Que será mucho y bueno.