Apostol

Vivir en el Camino

07 diciembre 2010 / Mundicamino

Tras perder su empleo en marzo pasado, el bilbaíno Miguel Ángel Mesa, de 44 años de edad, deambula por distintas rutas jacobeas.

En medio de la intensa nevada, con más de veinte kilos a la espalda y una rodilla dolorida, a Miguel Ángel Mesa no le quedó ayer otro remedio que recurrir al autostop. «Lo mío es caminar, no puedo estar parado, pero hoy no podía con la rodilla. Solo he hecho dedo cinco o seis veces desde que salí de Bilbao». Y eso fue hace más de ocho meses, en concreto, el 17 de marzo, tras perder su empleo como cocinero y tener que dejar el piso que tenía alquilado. A sus 44 años de edad y sin vínculos que lo atasen –está soltero y mantiene poca relación con su familia, residente en Barcelona–, Miguel Ángel decidió que su casa estaba en el Camino de Santiago: «Ahora soy, de profesión, peregrino». Para ser más exactos, es «guardián del Camino de Santiago, porque lo hice de ida y vuelta».

¿Por qué el Camino de Santiago? «Porque, si no, tenía que vivir en la calle». ¿Y no es lo mismo? «No, el Camino es gloria bendita. En la calle tendría que vivir en albergues de transeúntes, y yo no soy un alcohólico ni un drogadicto», asevera. Ya había ido de peregrino a Santiago en 2006, «pero de vacaciones». «Esta forma de hacer el Camino llena mucho más, esto si que es ser peregrino», y confiesa llevar más de 7.000 kilómetros andados. Una caída en Portomarín le dejó una rodilla «rota» y una visible cojera. «Y ahora, por el peso de la mochila, me estoy fastidiando la otra», relata mientras da cuenta de su casa a hombros: Ropa de invierno, «toda de Cáritas»; una cacerola y una cuchara; chorizos, algo de jamón y medio bocadillo de sardinas que le había sobrado de la cena de la víspera, a la que le invitó «una hermana» que le vio pedir en tiendas de Silleda.

Ayer por la mañana cubría la distancia que hay de Trasdeza y Lalín, recorriendo a la inversa la Ruta de la Plata con intención de llegar hasta Sevilla, o hasta Huelva, y desde allí volver por la ruta portuguesa. Aunque antes visitará a su amigo Tito, en Cea, uno de los muchos que ha hecho en su constante deambular y que le ha proporcionado el teléfono móvil, algo de dinero y un par de días «de fiesta». Porque, eso si, Miguel Ángel sostiene que en su ir y venir siempre se ha topado con «muy buena gente». Tanto que no es capaz de relatar una anécdota negativa. Lo más parecido es el «engaño» de un veinteañero, Óscar, a quien se ofreció a enseñar a sobrevivir: «Estuvimos seis o siete días juntos y en el albergue de Burgos desapareció, pero no me hizo nada». Positivas tiene a puñados, y las suelta entre tragos de cerveza –su único vicio, junto con el tabaco de liar–, mientras hace un alto en un bar antes de ir a guarecerse en el albergue de Bendoiro. «En una tienda de Palencia entré a pedir unas latas de anchoa y una barra de pan, pero las que tenían estaban reservadas para el pueblo. Entonces, una mujer, Pilar, me dijo: ´Tú vienes a comer a mi casa´. ´Pues hago yo la comida, que soy cocinero´, le contesté. «Era Viernes Santo y le hice un arroz con verduras», dice este vizcaíno, que se confiesa religioso –muestra el rosario que lleva al cuello– y guarda la vigilia. Va todos los días a misa «a postular».

Miguel Ángel, que ya trabajó un par de semanas en la manzana en Alfaro (La Rioja), confía en tomarse al menos un descanso en abril, pues para entonces tiene una oferta de trabajo en el albergue de Gonzar (Lugo).