Apostol

¿Pasaban por aquí los peregrinos?

21 diciembre 2010 / Mundicamino

San Sebastián en el Camino de Santiago sigue siendo objeto de estudio. ¿Qué huellas jacobeas sobreviven en la ciudad? Pocas.

Raro es el ciudadano que no se haya fijado en unas flechas. Unas amarillas, esbozadas con brocha gorda, muy visibles en el Paseo de la Concha y fácilmente encontrables en otros puntos de la ciudad. Éstas son las más evidentes huellas del Camino de Santiago actual a su paso por San Sebastián. Se pueden apreciar en los dos ramales que atraviesan la ciudad, el que llega desde Ulía y el que lo hace desde Astigarraga. Como ya hemos relatado en otras ocasiones, de su pintado y mantenimiento se encarga la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Guipúzcoa.

Menos transeúntes habrán visto los azulejos jacobeos. Están en Amara Viejo, en la fachada de una librería-papelería ubicada en la esquina de la plaza Easo con la calle Amara. Su presencia en ese lugar se debe a la cercana parroquia de Santiago Apóstol, situada unos metros calle adelante. Tras su modesta apariencia, este coqueto templo esconde varias historias que hermanan nuestra ciudad con el Camino. El edificio fue construido a finales del siglo XIX por el Ayuntamiento para acoger servicios municipales, pero no fue hasta 1961 cuando se convirtió en la iglesita que podemos apreciar en la actualidad.

Su párroco Pablo García Azpillaga lleva medio siglo buceando en los restos de la senda jacobea por San Sebastián y Gipuzkoa, un relevo que le pasó el ilustre investigador Manuel Lecuona. En esta vertiente del cerro de San Bartolomé, por donde hoy discurre la calle Amara, se levantaba un caserón noble que, como era tradición, contaba con una capilla anexa bajo la advocación del apóstol Santiago. El edificio tenía, además, un zirimitorio, una suerte de reservado dentro de la propia capilla en la que los peregrinos menos pudientes podían pasar la noche. Los caminantes (o jinetes o quienes hacían el Camino a bordo de un carruaje) que tenían dinero dormían en posadas de la propia ciudad, siempre intramuros. El caserío en cuestión fue destruido en alguno de los conflictos bélicos en los que se vio envuelta San Sebastián en el siglo XIX pero no la talla de Santiago. Ésta sobrevivió y acompañó a los descendientes de los propietarios hasta que, finalmente, fue donada a la actual parroquia. Allí sigue, junto al altar de mármol.

Explicando el Camino

Para llegar a Santiago no hay una sola vía, sino muchas, muchísimas, tantas como peregrinos. El hecho de que, a día de hoy, se hayan popularizado dos ramales, el Francés y el del Norte no significa que antaño fuera así. Cada caminante aterrizaba en Galicia como buenamente podía, sin itinerarios ni normas establecidas: había quienes llegaban en barco hasta Ferrol, quienes lo hacían cabalgando desde su hogar o quienes aprovechaban los caminos principales para así asegurarse el paso por localidades en las que fuera posible mendigar dinero, comida y atención en algún hospital o monasterio.

Pongamos un ejemplo más gráfico: no hay forma más rápida de llegar a la vecina Bilbao que la autopista A-8, lo que no excluye que existan decenas de alternativas -carreteras provinciales, caminos vecinales, senderos balizados. – para todos los gustos. Con el San Se bastián de antaño, ocurría lo mismo: no había una única forma de arribar a la ciudad desde la frontera, sino varias de ellas. Paradójicamente, la que recorre el monte Ulía -la ‘oficial’ en la actualidad- es una de las que menos enjundia histórica tiene. El escritor y cronista oficial de San Sebastián José María Donosty se refirió muy acertadamente a estas vías como afluentes de un mismo río que, «tarde o temprano, acababan sumiéndose en él».

Antiguamente, había quienes venían desde Astigarraga, tras venerar al apóstol en la ermita de Santiagomendi; quienes seguían los pasos de la actual N-I y una vez llegaban al alto de Ategorrieta atisbaban, en la lejanía, la cruz de la iglesia de Lezo en el oeste y, el este, la de Ayete. Esta visión originó el nombre de Miracruz. Otros, llegaban desde San Marcos, a través del alto de Polloe y luego descendían por Egia. Hicieran lo que hicieran, la mayoría de ellos se tenía que enfrentar a la desembocadura del río Urumea, una arteria de agua que, recordemos, no fue domada hasta hace poco más de un siglo. Una vez superadas las marismas, se encontraban con la ermita de Santa Catalina que estuvo en pie hasta el año 1719, en los terrenos en los que hoy se ubica la plaza de España. El templo de Santa Catalina estuvo custodiado por los caballeros templarios hasta que los monjes guerreros fueron fulminados por Felipe el Hermoso, a principios del siglo XIV. Posteriormente, la orden de San Juan tomó las riendas de la encomienda.

Ya en la orilla occidental, los caminantes tenían dos opciones: una, dirigirse al burgo amurallado, la plaza militar que era la Parte Vieja y en la que no eran bienvenidos los peregrinos -trotamundos susceptibles de traer consigo todo tipo de enfermedades-, a no ser que estos fueran pudientes. Otra, la más habitual, seguir caminando, bordeando la bahía hasta llegar al monasterio de San Sebastián, emplazado en los terrenos en los que hoy se levanta el Palacio de Miramar. En el barrio de San Martín, cerca del actual hotel Orly, existía un hospital de leprosos en el que también se atendía a los peregrinos enfermos que requirieran atención médica.

Los restos

¿Qué recuerdos quedan en el San Sebastián actual tras varios siglos de peregrinaje casi ininterrumpido? Pocos, por no decir ninguno. Más allá del desaparecido caserío con zirimitorio antes reseñado en la colina de San Bartolomé, el más significativo icono es la talla de alabastro fechada en el siglo XIII que representa al apóstol con el tradicional atuendo de peregrino y que se encontraba, originalmente, en la ermita de Santiagomendi, en Astigarraga. Más sutil es el rastro que dejó una talla de Santiago que habitó en la fachada de la iglesia de San Telmo. Estaba en una hornacina actualmente vacía que se ubica en el callejón de Santa Corda, en una de las paredes del templo: aunque ahora hueca, la concha jacobea de su interior nos susurra que ahí, seguramente, hubo una figura jacobea. Otro Santiago que nos abandonó se encontraba en la parte más alta de la antigua calle Puyuelo. Antiguamente, cuando San Sebastián estaba amurallada, en el extremo occidental de la calle Fermín Calbetón había una batería defensiva con el nombre de Santiago. En la puerta de acceso a ésta había una imagen del apóstol. Con el derribo del corsé de piedra, estas referencias también se perdieron. Aún así, en Urgull la batería defensiva con las vistas más afortunadas ha mantenido el topónimo.