Apostol

Termina el Año Santo, sigue el Camino

03 enero 2011 / Mundicamino

Hace un año, cuando estábamos a punto de comenzar el Año Santo Jacobeo, señalábamos que no habría otro en un plazo de once años, hasta 2021, pero que el Camino de Santiago iba a quedarse en el mismo sitio, como hace tantos siglos, a disposición de los peregrinos y hospitaleros.

Ahora, en vísperas de las ceremonias de cierre, que tanto gustan a políticos y jerarquías eclesiásticas, podemos insistir en la misma idea: Qué pierdan cuidado los peregrinos, porque el Camino sigue ahí, un poco más deteriorado por culpa de la incuria de algunos personajes políticos, pero dispuesto para ser transitado por los caminantes de los rincones más remotos del mundo.

Peregrinos, hospitaleros y Camino seguirán encontrándose, queriéndose, cuidándose mutuamente, mientras la temática jacobea será vista como algo más distante por aquellos que creen que las rutas jacobeas son las atracciones de un parque temático, un rito desfasado y demodé o un espectáculo para turistas que llega cada equis años.

Uno de los aspectos que engrandecen al Camino es que invariablemente, por más daño que le hacen –y ahora hay una pléyade de indocumentados gobernantes dispuestos a hacerle todo el que pueden-, sigue ofreciendo a los que se atreven a ponerse en ruta aquello que van buscando, que no siempre es lo mismo. A cada unos nos mueve una intención en el Camino y todas ellas son compatibles.

Por eso, vamos a ver cómo, en menos que canta un gallo, políticos e Iglesia se desentienden del Camino a la espera de un nuevo Año Santo que ellos aguardan porque les permite engordar las arcas, tapar vergüenzas y multiplicar varias veces el número de turistas, que es lo que, al fin y al cabo, a ellos les conviene.

¿No se ha reparado en cuán presto se han apresurado en la Xunta gallega a dar el cómputo de casi diez millones de visitantes en este año, mencionando poco menos que de paso que menos de 300.000 fueron peregrinos?

Diríamos más: el Camino ahora va a volver a las manos de sus legítimos propietarios, a quienes se arrebató hace un año. Hablamos, como no podía ser de otro modo, de los peregrinos, que son los que entienden bien por qué unos aerogeneradores eólicos rompen la estética milenaria; por qué un parque tecnológico, un polígono industrial o un centro comercial deterioran un paisaje conservado durante siglos, y que no es lo mismo llegar sudoroso y con cansancio acumulado a Compostela que bajarse tan fresco de un autobús turístico.

Y también hablamos de los hospitaleros, que comprenden que un albergue de peregrinos no es lo mismo que una casa de acogida de mendigos y sin abrigo (que también precisan hospitalidad, claro está); que los verdaderos peregrinos no piden, sino que agradecen lo que reciben; y que quien peregrina con frecuencia esconde bajo su comportamiento y vestimenta humilde a un personaje relevante, necesitado de vivir la humildad y la discreción.

Así ha sido desde tiempo inmemorial, y así seguirá siendo si cuatro políticos y empresarios zaparrastrosos no nos dejan sin Camino.

Pero, es bien claro que ahora va a resultar más difícil convencer a esos politicastros de tres al cuarto de que los vertederos al borde del Camino son una grave agresión, como sucede en algunos lugares de Toledo; de que la mejor ayuda para promover un Camino no es la que ellos “otorgan”, creyéndose que el Camino es una ruta senderista o un itinerario GR; que las señales que más agradece un peregrino son las flechas pintadas por sus compañeros… Y peor aún, será complicado hacerles ver que hay que evitar un mayor deterioro del Camino y promover las rutas históricas de peregrinación, por encima de otras nacidas de mentes calenturientas. Porque nos observan nada menos que los ojos de la UNESCO que en su día otorgó al Camino Francés la consideración de Patrimonio de la Humanidad ¿Se imaginan si lo incluyen ahora en la lista del Patrimonio en Peligro? ¡Qué vergüenza para todo un país! ¿No!

Ni lo tienen claro, ni van a tenerlo. Como tampoco saben solucionar los problemas más graves de los ciudadanos, ni saben identificarlos adecuadamente y por ello aplican, -como hacen con el Camino- las recetas más descabelladas.

Por todo eso, en 2011, los peregrinos y hospitaleros –los que hacen realidad ese principio cristiano del Medievo que llamamos hospitalidad- tienen que comprender que lo que no podemos permitir, a ningún precio, es que, no sólo se deteriore el Camino, sino el mismísimo espíritu de los caminantes.

Hay un gran número de asociaciones jacobeas –no son todas por desgracia- empeñadas en esa tarea poco lucida y que nadie agradecerá. A ellas debemos apoyar cuantos amamos al Camino y queremos reintegrarle una parte de lo mucho que hemos recibido de él. A las otras, a las que buscan satisfacer su vanidad, cuando no engordar sus arcas con subvenciones y otras prebendas, hay que darles la espalda. El movimiento federativo jacobeo hace tiempo que es una merienda de negros. ¿No habrá alguna solución para él?

Las ayudas de los políticos no siempre van a quienes más las merecen y necesitan. Un ejemplo es el documental sobre el Camino rodado con esmero por la estadounidense Lydia B. Smith, que sigue sin poder ser disfrutado porque ella y su gente tienen que recaudar con gran esfuerzo hasta el último centavo para la postproducción. ¿No se le moverá el cuajo a alguna Xunta o a algún gobierno regional para darle el modesto apoyo que precisa? Tememos que, acabado el Xacobeo, llegue el tiempo de la cicatería para el Camino y sus gentes.

Por esa razón, con todo el respeto al Apóstol, a Prisciliano o a quién quiera que sea el que visitamos, quizá sea el tiempo de gritar con más fuerza a los jerarcas que los peregrinos queremos ¡Más Camino y menos compostelas!