Apostol

El caminante del octavo piso

02 enero 2012 / Mundicamino

Todavía hoy, detrás de las gafas que no siempre ha lucido, se sigue escondiendo esa mirada entre tímida, sagaz y llena de curiosidad. Juan Vicente Herrera ha crecido atado a un aspecto de niño serio, ecuánime y responsable, que lejos de haberlo instalado continuamente en todos los escenarios de su vida, terminaba rompiéndose cada siete de enero cuando era, junto a su primo Julián, el que amenizaba la comida familiar del aniversario de sus abuelos maternos, en el restaurante Chapiteles.

‘Tirar’ de los 23 nietos Campo es algo que siempre recordarán estos últimos y eso se lleva en los genes. De hecho, Herrera sigue haciendo gala de un «sentido del humor maravilloso». Quienes hablan de él lo hacen desde ese estado de emoción que supera el cariño y roza la ternura cuando se describe a los que tienen la suerte de ser «una buenísima persona».

Cuántas veces ha subido los escalones que separaban el octavo del noveno piso del edificio Feygón, en Burgos, para ver a su primo Julián. Ovidio, el hermano menor de este último, por más que ha intentado, no recuerda en él más deporte que ese. «Tampoco creo que siga haciendo ahora mucho», bromea, aunque reconoce que andar de una tirada los 25 o 30 kilómetros de una etapa del Camino de Santiago no es para estar muy mal físicamente. No obstante, en este espacio, Herrera hace trabajar más la mente que las piernas. Piensa sobre sí mismo, decide sobre su futuro, se acerca a la condición humana, e incluso llega a despreocuparse ligeramente de su aspecto físico. Lo recuerda Alfredo, el hospitalero de Molinaseca donde siempre han ido los inseparables primos a «echar una mano». «Hablar con él es muy fácil», dice Ángel Luis Barreda, otro compañero del Camino con el que ha compartido los momentos para forjarse como peregrino. «Cuando se retire de la vida política le dedicará más tiempo», auguran quienes le conocen, pero antes ha utilizado ese escenario para lo contrario: aceptar ser candidato. Solo un estadio como ese puede hacer a alguien sesgar la maraña de telas que separan la apetencia personal de la responsabilidad, con un resultado de sacrificio vestido de vocación.

Y así es como se ha visto de nuevo ese niño responsable ante la nueva campaña. Se coloca suavemente la montura de las gafas, prestando la delicadeza de sus dedos pulgar e índice a la patilla derecha y dirigiendo ligeramente los otros tres hacia arriba, en un manifiesto símbolo de mirar hacia adelante, como hacen los que tienen las zapatillas llenas de fuerza. Piensa que una nueva campaña es siempre una oportunidad. Seguro que cansa más que aquellas carreras de escalones hasta el octavo piso con las que entrenó su Camino de Santiago.