Apostol

El camino de Santiago: Tu vida cambia

26 enero 2012 / Mundicamino

Había leído en un libro sobre este recorrido. Es Patrimonio de la Humanidad y la primera ruta turística de la civilización occidental, en la que se hicieron ricos los templarios y se ha hecho desde el siglo XI hasta nuestros días. Por estos caminos entró el gótico románico a España y existen varias sendas que atraviesan la península Ibérica.

El más transitado y con mejor infraestructura es el que parte de Francia y pasa por Navarra, llamado Roncesvalles o «Camino francés», que desde el siglo XIX es tutelado por una asociación llamada «Amigos de Santiago», que cuida el alimento y la estadía de todos los peregrinos.

En 2006 decidí hacer el «Camino de Santiago». Aquel verano español, recorrí el país a pie de Este a Oeste con un presupuesto mínimo. Estudié los recorridos, me metí en blogs, me corté el pelo a la bocha y seguí las recomendaciones: mochila con lo mínimo, medias, calzoncillos, buzo, poncho para la lluvia, ojotas, zapatillas, una bolsa de dormir, bolsita de higiene, gorra, botella de agua, guía y poca plata.

De Barcelona viajé a Pamplona, a dos días de camino del inicio original y llegué en plenas celebraciones de San Fermín. Fui al arzobispado, me inscribí como peregrino con una credencial oficial que tenés que certificar dos veces al día para que no pierda legalidad. Vi la salida de los toros a las 6.30 de la mañana y comencé a caminar. Me quedaban 700 y tantos kilómetros por delante. A todo esto, cero religioso, lo inolvidable surgió después.

Caminás solamente de mañana para utilizar los albergues para almorzar, entre las 12 y las 13.

La primera etapa se llama «física» en Navarra, con colinas, riachuelos y las vides de La Rioja, 150 kilómetros donde te salen callos y tenés dolores musculares. En la una segunda etapa, ya en la meseta castellana, el paisaje cambia abruptamente: trigales interminables y ningún árbol donde sentarse a descansar, pasando por Burgos, León (imperdible su catedral, la única de España construida al estilo gótico francés y joyas románicas inolvidables), bosques sagrados celtas, castillos medievales.

Luego la llamada etapa «psicológica», la más dura, lo solitario, con muchos kilómetros entre pueblo y pueblo, donde te planteás: «¿Qué hacés allí?¿Vale esta pena?». Pues sí, la vale, porque luego llegás al vergel, que es Galicia, la etapa «espiritual». A esa altura, todas las historias religiosas que se van sumando, te van absorbiendo, te van transformando.

Al principio no pensé en lo espiritual pero es imposible sustraerte y terminás llorando los últimos kilómetros mientras entrás en el pueblo de Santiago de Compostela y te morís por llegar a la catedral donde están los restos del apóstol. Fue lo más emocionante que experimenté en mi vida. Fueron los 33 días más increíbles que vivencié. Tu vida es otra después, cambia.

Fueron impresionantes aquellos últimos pasos y sus rituales: el placer y la pena por llegar y por primera vez en todo el camino cayó una tormenta y llegué empapado a la ciudad. Tras una alta colina, bajás por «El monte del gozo».

Luego hay que hacer los rituales peregrinos: atravesar la Plaza del Obradoiro, subir las escaleras como «eses», hasta llegar al espectacular pórtico barroquísimo; darte la vuelta a una columnata. En la base de ésta hay una cabeza, como un diablo, no sé de quien, y tenés que golpear de rodillas tres veces con tu frente y después entrar a la catedral.

Detrás del altar, en un profundo subsuelo está el panteón con los restos de apóstol, donde hay una escultura de tamaño natural de Santiago que lo preside con una capa de oro con piedras preciosas y abajo el féretro con una tapa de plata repujada. Al mediodía es la misa de los peregrinos, en la que el incienciario de plata gigantesco pendula sobre los creyentes. Es un espectáculo increíble. Lágrimas, flashes. Emocionante.