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En peregrinación hacia la libertad

16 marzo 2011 / Mundicamino

hacer el camino de Santiago deja huella en todos los peregrinos, sean cuales sean sus motivaciones a la hora de emprender la aventura. Para una veintena de internos del centro penitenciario de Monterroso, la experiencia de recorrer el Camino Francés marcó de forma indudable sus vidas.

Después de años recluidos tras los gruesos muros de la cárcel, los reclusos tuvieron la oportunidad de salir al exterior y sentirse como unos caminantes más. Esa sensación de libertad les devolvió la ilusión y les anima a soñar con un futuro lejos de las celdas.

Esta reacción cumplió con creces las expectativas de los responsables de la prisión monterrosina y del centro de formación de adultos creado en ella. «Queríamos implicar a los internos en esta actividad tan enriquecedora desde el punto de vista social y cultural que, al mismo tiempo, contribuiría a mejorar su convivencia», explica el director de la cárcel, Antonio Rivera, quien cree «firmemente que incidir en la formación es básico para conseguir la reinserción de los internos».

Con esta meta clara el centro comenzó a organizar, hace poco más de un año, la peregrinación, desde O Cebreiro hasta Compostela. Lo hicieron dentro del programa europeo Grundtvig, destinado a mejorar la educación y la integración social de los adultos que se encuentran en situaciones marginales.

Bajo el lema ‘Sin barreras’, la propuesta contó con la colaboración de la mancomunidad de municipios del Camino Francés, del que forman parte once concellos de las provincias de Lugo y A Coruña, y atrajo enseguida la atención de los reclusos.

«Propusimos participar a un grupo de internos de diferentes nacionalidades, teniendo en cuenta su disponibilidad para acudir a las rutas», recuerda Antonio Rivera, «y todos aceptaron».

Veinte reclusos que cumplían la última etapa de su condena y gozaban ya de permisos penitenciarios se embarcaron de esta forma en una aventura totalmente nueva para ellos.

En cada una de las siete salidas programadas los internos abandonaban la prisión cargados de ilusión. Pero también con blocs de notas y cámaras de fotos, para inmortalizar cada momento de sus vivencias en el exterior y en un ambiente de absoluta libertad.

«Toda actividad diferente a las que realizamos cada día en la cárcel es ya importante para ellos», asegura el director del centro de adultos, Pedro Cantero, «pero más todavía si se les ofrece la oportunidad de conocer un emblema, como es el Camino de Santiago, junto a gente de otras culturas».

De hecho, en la experiencia participaron reclusos de países europeos, sudamericanos, africanos y asiáticos. A cada etapa acudían una media de 15. No siempre los mismos ya que, dadas sus condiciones, «algunos salieron en libertad o cambiaron de centro penitenciario en ese momento», explica Antonio Rivera.

Aire puro

Wan Lu Ling es el único interno que completó las siete etapas del Camino. Tras algo más de cuatro años en el centro monterrosino, asegura que la experiencia le resultó, sencillamente, «fascinante».

«No se puede explicar lo que sentimos al cruzar las puertas de la prisión. El aire parece más puro fuera de estos muros», explica.

Lo que más le impresionó fue el paisaje gallego, tan diferente a la llanura de las tierras chinas que le vieron nacer hace poco más de 30 años. Pero la peregrinación le aportó mucho más que bellas estampas que permanecen grabadas en su recuerdo. «En los momentos en los que caminaba solo, pude reflexionar sobre mi vida y sobre cómo puedo cambiar para llegar a ser mejor persona», dice.

Wan reconoce que hubo momentos de cansancio extremo, sobre todo «cuando tocaba caminar bajo la intensa lluvia», pero todo mereció la pena. «La oportunidad de conocer mejor a los compañeros, de hablar con otros peregrinos, los momentos en los que compartíamos la comida, todo es inolvidable», recuerda con nostalgia el interno chino.

Entre esos recuerdos destaca también el momento en el que ayudó a una mujer que peregrinaba en bicicleta. «Fue en una cuesta muy dura, cerca de O Cebreiro. Cuando había subido la mitad, yo ya iba muy cansado. Entonces vi a una mujer en bicicleta, arrastrando un carrito en el que llevaba a su niña, de dos años. Sin pensarlo volví atrás para echarle una mano», relata.

Y es que el contacto con los demás peregrinos es lo que más satisfacción le causaba. «Excepto en la última etapa, cuando dormimos en el albergue», recuerda entre risas. Fue la única vez que los internos pasaban la noche fuera de sus celdas y Wan Lu no pudo dormir. Asegura que fue «por los ronquidos» de los demás caminantes, pero acaba reconociendo que «la emoción por llegar ya a Santiago» también estaba detrás de ese insomnio repentino.

Al día siguiente Wan llegaba a Santiago y recibía la compostela. «Estoy muy orgulloso de haberla conseguido. Es una recompensa a todo el esfuerzo». Frente a los inevitables sudores y a las agujetas, el interno chino se queda con «un muy buen recuerdo». De hecho, piensa ya en repetir la experiencia en cuanto salga en libertad, «pero esa vez lo haré desde Roncesvalles».

Wan Lu Ling considera que «todo el mundo» debería hacer, al menos una vez en su vida, el Camino de Santiago «por los motivos que sean, pero así verán que detrás de lo visible siempre hay algo invisible. Descubrirlo te lleva a ser una persona nueva». Él dice haber sentido ese cambio.