Apostol

el pantocrato de carrion discreta perfeccion

13 abril 2011 / Mundicamino

Hay en el centro de Carrión de los Condes una de las maravillas más disimuladas del camino hacia campo de estrellas, Compostela. Es un pequeño frontón de una humilde iglesia románica cuya advocación se confiere al santo titular de la senda. Sí es la iglesia de Santiago, y en su frontispicio hallamos un pantocrátor cuyas formas, perfección técnica y belleza nos llevan a asegurar que estamos ante lo mejorcito, en cuanto a escultura se refiere, de este género en España. Es más, tal es su acabado, que nos remite a ejemplos donde el arte marca. Estamos referenciando los pórticos de la Gloria, como no, y sin duda el de San Vicente de Ávila, otra de las perlas injustamente obviadas.

Pero el pantocrátor de la no reconocida, papeles de por medio, capital de la Tierra de Campos, emerge por su singularidad. Es un refresco de esas técnicas tan griegas de los paños mojados cuyos los pliegues y contornos quedan perfectamente delimitados por el trazo grueso de esa técnica tan clásica, recuperada para contadas ocasiones en la Edad Media. Su majestad sentada, penetrante, hiriente, alimenta esos mitos basados en la cabalística sobre los que la iglesia se hizo dueña del alma de todos. La majestad sentada, inscrita en una mandorla, dibuja un punzón sobre nuestras conciencias. Sus ondulados cabellos describen un penetrante semblante cuyos ojos son el estilete. La vestimenta, el libro y el tetramorfos que lo inscribe completan la composición perfecta y arquetípica del románico jacobeo. Por debajo el dintel de ajedrezado jaqués entronca con las formas más usuales de la ruta. Todo para coronar una portada cuyas arquivoltas nos recuerdan las artes del Medievo, desde ceramistas a cocineros, pasaron por herreros, zapateros. Nunca en tan poco espacio se pudo decir tanto. Se pudo expresar tan fuerte.