Apostol

Aguas Tuertas

25 mayo 2011 / Mundicamino

El alcalaíno José Luis Salas comparte con los lectores algunas de las rutas que, en compañía de buenos amigos, ha recorrido a pie por los rincones de nuestra geografía.

Algunos amables lectores de nuestra anterior serie de artículos sobre el Camino de Santiago Aragonés nos han comentado que, para poder hacer una caminata así, se necesita tener bastantes días libres y buena forma física y que muchas personas no disponen de ninguna de las dos condiciones. Es por eso que esta nueva serie va a ser de excursiones más sencillas, de un día, al alcance de cualquiera, lo que no les resta valor. Y es que llevamos la geografía en la sangre.

En esta primera, vamos al Pirineo de Huesca, lugar de procedencia de quien esto les cuenta. Pasamos el maravilloso pueblo de Hecho, el de Siresa –con su impresionante monasterio de San Pedro–, la espectacular Boca del Infierno y la tupida Selva de Oza, entre recuerdos de estancias juveniles en colonias y campamentos escolares. Seguimos hasta La Mina –recuerdos de subidas al ibón de Lacherito– y aparcamos poco después, aunque todavía puede seguirse más por una pista en buen estado.

Hace un día caluroso –es finales de julio–, pero en estas alturas sopla un ligero viento que refresca. El cielo limpio, dilatado, sereno, sin nubes. El paisaje, excepcional. Se ve bien el valle en los dos sentidos. Los colores, bajo esta luz, son intensos: dominan la gama de verdes de la vegetación y el azul del cielo, pero también hay rojizo en algunas rocas y en la tierra, gris de la caliza y blanco en la espuma del agua del río –el Aragón Subordán–, que, lleva poca agua, pero se oye rumoroso en el fondo del valle mientras pequeños arroyuelos bajan por las laderas moteadas de árboles.

Llegamos a un aparcamiento más grande: parece que no se puede pasar, aunque la pista sigue. El valle se va cerrando. Cerca del río, un grupo de caballos sueltos y, poco después, otro de vacas. El paisaje se vuelve más agreste, hay más barrancos, el río se encañona y su sonido llega más nítido. Se ven algunas cascadas con las que el agua salva el desnivel: estamos en El Salto. El camino hace dos grandes curvas para ganar la altura del siguiente nivel, pero nosotros subimos por la senda, en línea recta.

Desde lo alto se tiene una maravillosa visión de los dos valles. Nuestra mirada está colmada de silencio, escuchamos el sonido del paisaje. Tras unos momentos, se rompe el hechizo en el que habíamos quedado atrapados. Un pequeño descenso nos deja en Aguas Tuertas, llanura verde de hierba, con rocas a los lados, inundada por los grandes meandros del río que se precipita hasta el anterior valle a nuestra izquierda en medio de un sonido bronco. Al fondo se ven los riscos que dan acceso al ibón de Estanés, donde estuvimos en otra ocasión. De los lados del valle bajan regatos saltarines que iluminan las laderas antes de alimentar al río.

Vemos el Dolmen simple de Achar, del III milenio a.C., de finales del Neolítico-Eneolítico, protagonista de múltiples leyendas que hablan de él como posible morada de los duendes que habitan la zona. Cerca están los dólmenes del Cardal y del Puerto de Escalé, escasos restos del poblamiento en épocas muy antiguas.

Tras extasiarnos en la contemplación de este sublime paisaje, cuya belleza se cuenta a los cuatro vientos, hacemos muchas fotos, somos depredadores gráficos, aunque la mayoría quedan despobladas. Después ascendemos la pequeña cuesta y, desde lo alto, vemos el valle por el que hemos venido en toda su longitud. Dejamos el camino para ver de cerca las cascadas y, al oír una especie de silbido, alcanzamos a ver un roedor de la pradera que ha avisado del peligro -nosotros, a nuestro pesar- y se mete por unas hendiduras en la roca. La vida surge en cualquier punto del camino.

Regresamos por el cómodo camino contemplando las calizas grises al fondo, los grandes picachos. De nuevo en La Mina, paramos para observar el puerto del Palo, por donde antiguamente cruzaba el Camino de Santiago antes de hacerlo por Somport, más bajo, y evocamos el viaje del verano pasado que allí empezamos. Nos despedimos, como hemos empezado, entre recuerdos.