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El Camino de Santiago, a paso burra

06 marzo 2018 / Mundicamino

A pie, en bici, a caballo… Hay múltiples formas de hacer el Camino de Santiago. Pero Ginés López lo hará con unos compañeros de viaje muy singulares. Este jubilado de 66 años recién cumplidos y vecino de Artziniega (Álava), partirá desde Santurtzi junto a ‘Marina’, su burra, y ‘Comotú’, su simpático perrillo. Un trío que afrontará una dura, pero «reconfortante y muy placentera, travesía que durará cerca de cuatro meses y en la que tendrán que afrontar alrededor de 1.700 kilómetros, pues el viaje será de ida y de vuelta. A lo grande.

Gran apasionado de la ruta jacobea, es la tercera vez que se dirige a la capital gallega y, en esta ocasión, parte desde el municipio marinero debido a su buena relación con CAMISAN, la Asociación de Amigos del Camino de Santiago en Santurtzi. La borriquilla va tirando de un carricoche con dos ruedas que el peregrino fabricó hace unos años con la parte trasera de un vehículo y en el que guarda la munición necesaria para tantos días fuera de casa, aunque él es de ir «con lo justo». «Era un coche que me regaló un amigo después de un accidente que fue siniestro total. Yo lo corté y lo reformé para ‘Marina’», explica. Dentro lleva un colchón, que usa para dormir por las noches, ya que a los albergues, al ir con una burra a cuestas, solo accede para asearse.

El chucho, a su aire. A veces, a lomos de ‘Marina’. Otras va olisqueando a su amo. Otras se sube al peculiar vehículo. La burra marca el ritmo. Si se cansa, para un rato. Si tiene hambre, le da para comer avena porque es «muy buena para que haga bien la digestión. Pero también va picando musgo cuando quiere», cuenta. Al paso del animal no recorren más de «10 o 12 kilómetros» diarios, pero no hay ninguna prisa. Se considera un peregrino «medio». «Hay gente que se hace alrededor de 40 al día y yo les digo: ‘¿Qué venís a hacer? ¿Un maratón?’». A Ginés le gusta disfrutar de cada momento, de los paisajes que pasan ante sus ojos, tomarse un respiro cuando lo necesitan él o sus animales, conversar con otros peregrinos, conocer gente…

Es una de las «maravillas» que ofrece esta ruta Patrimonio de la Humanidad. Será por algo. «¡Aprendo hasta inglés! Ya cuando me dicen ‘picture’ sé que es para hacerles una foto». ‘Marina’, que tiene 11 años, es obediente. Si le dice que no se salga del arcén, acata la orden de su dueño sin rechistar. Si le pide que pare, se para. «Dicen que es burra, pero burro será el que le puso el nombre. Es un anima dócil como ninguno. La gente se sorprende de cómo obedece».

«Una motivación»

Mientras ‘Marina’ rebuzna y ‘Comotú’ salta, corre, juega o ladra, Ginés se siente «feliz». Confiesa vivir el Camino «con auténtica devoción». De hecho, no puede evitar emocionarse cuando trata de explicar lo mucho que significa para él. «Es como una droga, pero bendita». Se define como «aventurero e inquieto». Cuando se jubiló hace unos años, tras ocupar un puesto durante más de cuatro décadas en una fábrica de papel, necesitó buscar una motivación. Y la encontró en la ruta jacobea. Llena su mochila de anécdotas e inmejorables recuerdos «de gente encantadora que te encuentras en cualquier parte» y ensalza al Camino como «una aventura que tiene sorpresas a cada minuto». «A nivel físico me ha venido muy bien. Dicen que el que mueve las piernas, mueve el corazón. Y a nivel mental, más aún», asegura.

El domingo partió con una hoja de ruta marcada. La del itinerario francés. Por eso, desde la localidad marinera tirará con su burra y su chucho hacia Zierbena para pasar por Muskiz, Sopuerta, Balmaseda, Valle de Mena, Medina de Pomar, Oña, Briviesca y llegar a Belorado, donde enfilará hacia Burgos y enganchará con la ruta gala. Y de ahí, hacia la famosa catedral de Santiago para hacerse con otra compostelana más. Aunque la singladura no acabará ahí. Después de visitar la plaza del Obradoiro, se dirigirá a Fisterra, lugar muy visitado por los peregrinos, y desde allí retornará a su hogar siguiendo la misma ruta que a la ida. La gente se sorprende al verle, pero asegura que su compañía es «muy sana», al igual que la chufla que lleva en el cuerpo: «Mis hijos me dicen que no sabían que tenían un padre tan loco, pero si es así, ¡qué viva la locura!».