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El traslado del punto kilométrico 100 desde Sarria resucita una aldea

05 abril 2018 / Mundicamino

La nueva medición del Camino de Santiago desbancó a Sarria como kilómetro 100 de la ruta francesa. Esta villa era el punto de partida mínimo que garantizaba la compostela. Ahora, el marco está resituado a 15 kilómetros, en una corredoira de la aldea de A Pena, en Paradela. Aun así, los peregrinos siguen llegando a Sarria en tren y en bus nocturno y florecen las tiendas de deportes y los masajes de pies. Si una cama valía 40 euros en O Cebreiro, aquí se pagan 10 por la presión de la competencia. La entrada original al Vigo de Sarria está desviada por unas obras que han desmontado un puente con base medieval. Pegatinas de protesta recalcan que la Unesco lo protege.

Algunos albergues privados de Sarria ya están en venta. La hospedera Elisa Ruiz y su hermano, tras la jubilación de sus padres, José Antonio Leña y Paloma, venden su alojamiento por 600.000 euros. Pensaron adaptarlo como residencia de mayores. Sopesan montar otro más pequeño en el Norte. «El Camino siempre crece, el tramo francés se ha demonizado por el turismo, pero es un reclamo, vienen con nieve. Queda algún aventurero, pero ahora buscan comodidad sin ampollas ni tendinitis», dice Ruiz. En un albergue privado, junto a la iglesia de campanario agudo, dos estudiantes erasmus de Milán, Camila y Elena, deshacen sus mochilas. Viajaron en tren desde Pamplona. «Traemos chubasqueros», dice Camila. Ve la predicción del temporal en el móvil. Escribió una tesina sobre el Camino: «Estudié el fenómeno de The Way», el filme de Emilio Estévez. A su amiga Elena le preocupa que el botafumeiro no funcione. Lo leyó en un blog. Amanece nuboso. El frío corta los labios. En esta tercera etapa, los grupos del WhatsApp están silenciados. Ni idea de lo que pasa en el mundo. En el bar La Escalinata, el taxista recoge mochilas. Su dueño sirve café y tostadas y explica su teoría cíclica: «Neste ano e no 2019 haberá unha baixada de xente, pero subirá no 2020, no ano santo, e logo no 2022».

Cerca de la torre un guardia civil saluda: «Buen Camino». Cerca, en un cruceiro y humilladero, paran unas universitarias del Francisco de Vitoria para rezar. Paulina Mendieta, de Ciudad de México, terminó en Valencia un máster en Ciencias de la Familia y el Matrimonio y explica su viaje espiritual: «El Camino está en mi lista de cosas que hacer antes de morir. Vengo a hallar respuestas, a forjar la voluntad». Un viejo con muletas y luego otro mendigan. El tramo a Barbadelo atraviesa el bucólico puente medieval de A Áspera, va paralelo a la vía del tren y una dura cuesta arranca por una corredoira flanqueada por castaños y losas con musgo. En la loma, peregrinos en fila india avanzan por unos prados más cosmopolitas que Times Square: una anciana de Singapur, un padre y su hijo de Pekín, un estudiante coreano y la argentina Valeria, que hizo grupo con un alemán y una española. La neoyorquina Vanessa Illanes (su padre era de Oleiros) reúne a su grupo de peregrinos vip para una visita a la iglesia románica de Barbadelo. Un vecino avisa de que está abierta. En el 2010, Illanes fundó la agencia americana Andarspain de rutas jacobeas de lujo para anglosajones. Duermen en camas rústicas en pazos de amigos en Monterroso, Santa María en Arzúa y Andreade. Beben godellos y ribeiros, degustan pulpo en Melide y celebran la llegada a Santiago con una mariscada. «Han visto The Way, les recuerda a Inglaterra, les gusta visitar iglesias que llevan en pie seis siglos», dice. Ella misma reformó una casa del siglo XVII en Arzúa. Ahora le piden los Caminos Norte, Primitivo y Portugués. El guía es el catalán Álex Porras, que organiza safaris. Llega una furgoneta y sirven al grupo un piscolabis. La ruta sigue hacia Ferreiros. Un joven peregrino inglés camina en sentido contrario: «Vuelvo a casa desde Santiago», dice.