Apostol

Cruza el océano para cumplir su promesa ante el Apóstol

21 mayo 2010 / Mundicamino

La uruguaya Ana María Vila recorrerá más de 4.200 kilómetros y llegará a pie desde Roncesvalles hasta Santiago para saldar la deuda contraída hace 10 años.

Celebró los 59 años haciendo el Camino de Santiago. De hecho, tan grande debe de ser lo que está viendo a lo largo de todos estos días, que se había olvidado de que, en su vida, hay ya un año más. «Tengo 58. Ay, no, espera, tengo 59, los cumplí andando», corrige riendo. Ana María Vila es de Uruguay. «Pero mi papá es de origen vasco y mi mamá italiana, los dos emigrantes», explica.

Hace una década, Ana visitó Galicia. «Entonces comencé mi verdadero camino. Mi papá cumplía 80 años y quiso visitar a unos amigos de Marín. Ellos nos llevaron hasta Santiago. Cuando llegué a Compostela, al ver la catedral sentí tal impacto que en en aquel momento prometí que volvería hasta allí caminando». No pudo cumplir su deseo hasta ahora y espera, por otra parte, alcanzar Fisterra también.

Pertenece a una comunidad de benedictinos en su país. Llegó a Santa María do Cebreiro y, lo primero que hizo, tras posar su mochila, fue ir a la iglesia. «Lo hago en todas partes por las que paso, miro si hay misa y visito a Dios». Aquí, concretamente, se refugió en una de las salas del templo, donde se puede leer la Biblia en varios idiomas. Tomó su libreta y siguió con el rito de anotar en ella el pasaje correspondiente a cada día.

«Desde aquel año quise hacer el Camino, pero el tiempo no me lo permitía. Tengo marido y cuatro hijos y algunos todavía eran adolescentes. Ahora, cada uno tiene ya su vida y por eso he partido. Me apoyan, me mandan mensajitos de ánimo al móvil». Ana María se siente feliz: «No solo es algo espiritual o religioso, sino un ejercicio de confraternidad entre todas las partes del mundo. A todos nos mueve más o menos lo mismo».

Buen ejercicio

Más o menos, porque su caso es algo especial. «Desde la comunidad benedictina a la que pertenezco, oramos mucho para que haya fe y vocaciones». Y ella, particularmente, trae entre manos un buen ejercicio. «Camino con una amiga uruguaya. Es atea total, pero en estos días he ido notando cambios en ella. Es algo mutuo: ella me da algo de lo suyo y yo le doy de lo mío». La razón de ese pequeño milagro, opina, además de las profundas creencias que Ana María intenta hacer llegar a su amiga y a todos los peregrinos que se encuentra, «es que el Camino te atrapa, te hace encontrarte contigo». Es también un cajón de sorpresas: «Conocimos a dos venezolanas en Puente de la Reina. Allí las perdimos y ahora nos hemos vuelto a encontrar aquí, en O Cebreiro».

Señala, además, la carencia de curas en Uruguay. «No sé cómo les llaman ustedes, pero allá hay muy pocos y la mayoría son colombianos, chilenos o españoles. Por eso tratamos de buscar nuevas vocaciones». Ana María tiene pensado volver a hacer el Camino, pero para la próxima con sus hijos. «Ellos nunca podrán sentir lo que yo estoy sintiendo si no lo viven en persona».