Apostol

Un padre y un hijo se reencuentran en el Camino de Santiago

21 agosto 2017 / Mundicamino

El hijo viene de Bangkok, donde vive, y el padre de Santander, en una prodigiosa aventura a solas entre los dos, que puede ser un ejemplo: «La edad no limita nada. Sólo retrasa los tiempos de paso».

«Los campos están frondosos, verdes, salvajes y en algunos puntos del camino maravillosamente aislados del mundo». Así lo describe Tomás Alonso, que este verano ha cumplido el sueño de realizar el camino de Santiago junto a su padre. Él vive en Bangkok, donde por ahora ha fijado su residencia, mientras que al padre, que hace doce años que se jubiló, no hay manera de arrancarlo de Santander.

Allí le propone cada día «a la bahía de El Sardinero cogerse de la mano y pasear juntos», tal vez la mejor manera de gobernarse a sí mismo y de no inquietarse frente al ruido de las olas. Pero esta vez, después de más de ocho horas caminando o de 34 kilómetros que ya son historia, con los Picos de Europa atentos pidiendo permiso, allí están los dos casi solos, ellos y sus recuerdos como aquel que regresó a la memoria, nada más cruzar el río Nansa donde él, el hijo, casi se abrió la cabeza a los doce años en un descenso suicida en bicicleta. Y no se trata de dañar a la nostalgia, sino de quererla y de no olvidar lo que pretendes de ella que tal vez sea nada. Solo caminar y seguir caminando mañana.

Así que esto no sólo es el Camino de Santiago. No solo son esas mochilas cargadas a la espalda. No solo son esas piernas que a las cinco de la tarde ya se sienten agotadas ni esas rampas de la etapa reina que por ahora tampoco van a poder con la resistencia del padre. Quizás porque ese hombre todavía tiene algo que parece imbatible. La edad tampoco le impide estar ahí y, si acaso, sólo retrasa los tiempos de paso. Porque, en realidad, esto es el camino de Santiago, donde se puede prescindir de las prisas sin que nadie le llame a uno la atención.

La pancarta de meta puede situarse en cualquier parte. La lluvia tampoco es obstáculo para sentir que estos días, que reúnen a solas a padre e hijo, no deberían acabarse nunca. Y la pena es que se vayan a acabarse, porque «el Camino sirve para algo más valioso que contarlo. También para aprender a estar con uno mismo y ser tú, al revés de lo que hubiese pasado hace 30 o 40 años, el que esta vez cojas a tú padre de la mano y le devuelvas parte de lo que hizo por ti».

Tomás, el hijo, tiene 43 años y, efectivamente, el tiempo ha pasado. Hace más de 20 años que se marchó de Santander para jugar en el Linares. Desde entonces, hizo carrera por equipos donde no sobraba popularidad (Manchego, Gandía, Tropezón …) y ya casi no volvió más a Santander, donde nunca pudo ser en el Racing. Pero hoy ya no queda ánimo de revancha porque sería olvidar que no todos los sueños pueden tener un final feliz. «La vida me ofreció otros caminos que fui abriendo. Primero con la senda deportiva, donde nunca alcancé el objetivo que siempre me propuse, y después por la laboral, donde he alcanzado metas que nunca imaginé».

Hace siete años, efectivamente, Tomás decidió «emprender el camino fuera de España con la maleta de la ilusión «, inseparable de esa idea de su padre, que le educó siempre pensando en todas las posibilidades que tenemos de derrotar al miedo o en la importancia de ser inteligente. «La tontería se coloca en primera fila para ser vista; la inteligencia, en la última para ver».

Hoy, Tomás es un alto cargo, director comercial de una reputada empresa de electrodomésticos en Bangkok, tras una primera etapa en Casablanca. Pero, por encima del éxito o de la diversidad de culturas, que está ofreciendo la posibilidad de vivir a sus tres hijas, él valora la felicidad. «Al lado de la felicidad personal, el éxito laboral es totalmente secundario». Porque, al final, el tiempo pasa muy rápido. Y no sólo se lo recuerda él a sí mismo, alejado de la fotografía de futbolista, o las arrugas de su padre. También son sus hijas, cada vez más mayores, como les decía él cuando las llevó a Japón y las recordaba que lo de ayer ya no es como lo de hoy. «Los de mi generación crecimos con la idea del ‘made in Japan’ por todos los lados; Japón era como el fin del mundo, lo moderno sólo podía venir de Japón».

Pero esa es la grandeza de hoy, capaz de enlazar mundos, desde Japón al camino de Santiago nada menos. De ahí quizás el valor de este relato o de esta aventura por esos campos del Norte llenos de paz y, sobre todo, de este tiempo que se han concedido a solas padre e hijo, que tal vez sea un ejemplo que inspira a contarlo y, en mi caso, a reconocer que uno no puede ser neutral al escribir de ellos. Hace veinte años los conocí a los dos en Santander.

Luego, el tiempo hizo la distancia que ahora tal vez se ha recortado gracias a las redes sociales. «Las teclas conceden cercanía a miles de kilómetros de distancia», recuerda Tomás, el hijo, el reflejo casi exacto de su padre. Aquel hombre que me parecía imponente con el lenguaje, con un dominio sorprendente de cada palabra y entre sus quehaceres siempre decía que había uno, el de anticiparse al futuro, con el que tal vez hasta ha recortado distancias. Por eso tal vez hoy su vejez es parecida a la que soñaba entonces, sin impedimento para caminar durante más de ocho horas con más de 70 años entre todos esos bosques que le invitan a uno a recordar sus limitaciones. «Los hombres que se creen sabios son indeciso a la hora de mandar y rebeldes a la hora de servir».