Apostol

Diez años de amor al Camino

04 abril 2010 / Mundicamino

Una gaditana regenta desde hace diez años un albergue en Agés (Burgos).

Una historia de amor y por amor al Camino. Así han sido los últimos diez años de Ana María Piñero, una risueña gaditana de Tarifa que regenta el albergue de peregrinos municipal de San Rafael, en el municipio burgalés de Agés. Ahora se encuentra arropada por su familia, pero hace cinco años, cuando se embarcó en esta «aventura» sólo estaban su pareja y su hermano Carlos. Ana María conoció a su amor en el año 2000, mientras realizaba el Camino de Santiago, fueron hospitaleros voluntarios y trabaron amistad con el cura de Grañón, muy conocido en la ruta jacobea.

Fue en el cumpleaños del sacerdote cuando conocieron a la responsable del primer albergue que abrió en Agés, a la que se ofrecieron a acompañar hasta un pueblo del que todo desconocía y que ahora se ha convertido en su hogar. «Aquello era una maravilla, tenía cuarta y media de nieve y mucho silencio. Solo se oía la fuente. Nos gustó. Y yo dije, ¡qué bonito, cuando sea mayor voy a tener una casa de acogida como la tuya!». A la semana, recibió la llamada de la anterior alcaldesa, «una mujer muy inquieta», para proponerle que se hiciese cargo del albergue y comedor municipal. «Me preguntó que si me atrevía, que necesitaba una persona que supiera llevar el comedor, y ese es mi oficio, yo soy cocinera».

Tenía 50 años y decidió empezar una vida nueva. Residía en Valencia, vendió su piso, se despidió de su trabajo, dejó aparcados sus estudios de restauración de muebles y pintura, y arribó a Agés para crear «un sueño». «Y éste es», muestra orgullosa el albergue de 38 plazas que regenta desde hace un lustro. «Hasta le pusimos nombre nosotros», puntualiza, «San Rafael, que es el patrón de los peregrinos», y lo han estado «mimando» desde entonces.

Los peregrinos extranjeros. Asoma la cabeza un peregrino extranjero, llega cansado y pregunta por el baño. «Suele ser la primera cosa que piden», aclara locuaz Ana María, que sólo habla «español y con tacos», aunque aclara que «siempre hay alguien que te traduce, alguien que le explica, y se trata de atenderlos lo mejor posible y en la mayor cantidad de cosas que necesiten».

Su entonces pareja ya no está allí. «Me dejó por otra más delgada, más joven y más guapa», aclara risueña. Aquella situación, lejos de hundirla, le dio ánimos para continuar. «Era una lección que tenía que aprender, él también aprendió la suya», indica para, a renglón seguido, aclarar que en ningún momento se ha arrepentido del paso que dio: «Ha habido momentos muy duros, durísimos, pero estoy haciendo lo que me gusta, que es cocinar, para la gente que quiero hacerlo, y donde quiero hacerlo. Y encima disfrutando dándoles de comer».

Porque es precisamente el servicio en el comedor «lo mejor» del trabajo de Ana María. «¿Tú sabes la gente tan extraordinaria que pasa por aquí?», inquiere retórica. Y recuerda muchas anécdotas, historias vitales que impactan, como la de «una mujer de unos 45 años que llevaba una especie de móvil en la solapa», a la que preguntó que si era «para hablar con la familia». «Me contestó que era un aparato que le había puesto el cardiólogo porque le iba a operar a corazón abierto cuando llegase a casa. Y le había dicho, si me operas y me muero, no podré hacer el Camino y si me operas y no muero, tampoco me vas a dejar hacerlo. Así que yo voy a hacer lo que pueda, antes de que me pase lo que sea. Fantástico», relata.

O la de aquel joven que llegó en bicicleta y que le pidió que guardase una jeringuilla. «Pensé que era diabético, pero él me dijo que era Interferón, que acababan de darle el alta en el hospital porque le habían trasplantado médula y que quería hacer el Camino. Aprendes cosas maravillosas», resume.

Y Ana María se emociona porque «hay gente que no habla, pero que al acercarte ves que está deseando poder hablar con alguien», y a esa gente le dedica su tiempo. «Normalmente oyes cosas durísimas, que te emocionan, te acongojan. Yo digo que soy la mamá de muchos. Llega alguno y te cuenta su historia y yo le digo, no te equivoques, te voy a dar todo el cariño del mundo, pero como tu madre, y le coges la cabeza y le das un beso en la frente, y luego se levanta de la mesa ese australiano, belga o francés, te abraza y te dice la única palabra que sabe en español, -˜mamá-… eso… te llega al alma.

Ana María cree que el «Camino es como la vida, es la vida», y afirma que todo lo que a ella le pasó mientras recorría la ruta jacobea siguió la misma pauta después en su vida. «Si tienes los ojos abiertos te das cuenta de que el Camino es la vida, y que tú has ido al Camino para aprender, no, para aprenderte, y que si estás dispuesto te llegan unos regalos preciosos».