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Camino Francés

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Camino Francés

Ponerse en Camino, hacer la experiencia del Camino, es como adentrarse en el desierto – el exterior y el interior – y caminar desnudo. Al Camino se llega con lo que eres. Nada más. Y se avanza, la mayor parte del mismo en silencio. Sin preguntar casi nada. Sin preocuparte por lo que no es esencial. A veces se camino con los ojos cerrados y, sin embargo, no se encuentran grandes obstáculos. En el Camino casi todo está por estrenar. Sólo existe una especie de ley implícita: camina aun con paso cansado. Fíate.

En el Camino hay agua: el que regala el suelo y, sobre todo, la lluvia. La lluvia en el camino es como una fiesta. Una gran fiesta que alegra el corazón en lo profundo. Esto apenas se puede entender cuando no peregrinas. En la ciudad todo tiene un precio y lo gratuito apenas se valora. En el camino es sorprendente y grandioso escuchar el ruido de los manantiales, las fuentes y la lluvia rugiendo y estallando sobre el suelo: nos recuerda una y otra vez que el mundo aún puede caminar con ritmos de belleza no aprendidos.

El principal alimento del Camino es la esperanza de lo nuevo, de lo que oculta y, sin embargo, se hace presente allí donde el corazón es capaz de ver mucho más allá y más en profundidad que la simple lógica de la razón. (1)

El Camino Francés o la ruta de las estrellas, es el Camino de Santiago por excelencia. Partiendo de Saint Jean Pied de Port, es un viaje de casi 800 kilómetros hacia el oeste, con la Vía Láctea que acompaña desde el cielo y la esencia de una ruta milenaria desde la tierra.

No se puede o no se debe describir, es el peregrino el que, paso a paso, debe descubrirlo recreándose en los paisajes y rincones tan diversos que se ofrecen a lo largo de todo el camino; extasiándose en la contemplación de las milenarias y enigmáticas piedras que jalonan las rutas y que conforman ese sinnúmero de calzadas, puentes, ermitas, iglesias, catedrales, monasterios…, y que no son otra cosa que la huella que dejaron nuestros antepasados, cuya meta era alcanzar la eternidad, allá en el «fin de la tierra».

Finalmente disfrutar de la bondad y hospitalidad de sus gentes, cuya cultura, costumbres y exquisita gastronomía sorprenderán permanentemente al sufrido caminante.

«Las puertas del Camino se abren a todos, enfermos y sanos. No sólo a Católicos, sino aun a paganos, a judíos, herejes, ociosos y vanos; y más brevemente a buenos y profanos»

¡¡¡¡¡ULTREIA Y BUEN CAMINO PEREGRINO!!!!!

(1) R. Berzosa (Transmitir la fe en un nuevo siglo)

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