Apostol

¡Hasta pronto, Navarra!

08 septiembre 2010 / Mundicamino

«El Camino en Navarra» se despide de la Comunidad foral con una séptima etapa, entre Los Arcos y Viana, donde la presencia del cereal, el olivo o la vid anuncian ya al peregrino que se halla en la antesala de las regiones de La Rioja y Castilla y León.

SI se compara la primera etapa del Camino de Santiago en Navarra con la última, se podría pensar que se trata de dos comunidades diferentes. De la verde espesura de los bosques de Roncesvalles se pasa a la inmensidad de los dorados campos de Tierra Estella. Los profundos desniveles, siempre coronados con impetuosos altos, dan lugar a una infinita llanura.

Los pueblos ubicados en la parte alta de los cerros sustituyen a los impetuosos caseríos en la labor de acompañar al peregrino. Pero los dos panoramas están unidos por una senda que atraviesa, infranqueable, buena parte del territorio foral.

El sol comienza a alumbrar la ruta cuando el caminante atraviesa el Portal de Castilla, en Los Arcos. Una fuente ubicada en un pequeño parque sirve para rellenar la cantimplora. Este detalle es importante, ya que apenas hay sitios donde encontrar agua en la etapa.

El sonido de los pájaros y de las propias pisadas se ve interrumpido con el repicar de las campanas de la iglesia de Santa María de Los Arcos. Este aviso obliga al peregrino a darse la vuelta para apreciar la vista del pueblo al amanecer.

Tras dejar atrás las últimas casas de la localidad, el valle se extiende inmenso a ambos lados. El marrón y amarillo de los campos de cosecha se ve salpicado por algunos parches verdes de pequeñas plantaciones de olivos. La vista se pierde en este vasto mar que sólo los cerros saben limitar. Los grandes matorrales que flanquean la senda están provistos de moras, que el caminante puede recoger para disfrutar de ellas en un descanso posterior.

El camino pedregoso es monótonamente recto y sin desniveles. El peregrino puede atisbar a más de un kilómetro de distancia a otros compañeros de viaje, hasta que por fin, tras algo más de media hora, la senda se lanza precipitadamente a atravesar los campos de vides. Las risas y bromas de dos peregrinos se escucharon en el valle. «Es una gozada poder venir con mi nieto. Lo pasamos en grande y disfrutamos de unos días juntos», afirmó Mercedes Aparicio Álvarez, de 73 años. «Cada año hacemos un pequeño tramo. En cuanto los dos podemos, nos lanzamos al Camino», aseguró Carlos Belmonte Calderón, de 15 años.

Tras unos cinco kilómetros de etapa, el caminante debe afrontar un complicado tramo a través de la carretera N-111, que conduce hasta Sansol. Se debe extremar la precaución ante la habitual afluencia de tráfico en este tramo. El peregrino afronta una pronunciada cuesta para llegar a la localidad, que le recibe del mismo modo en que Los Arcos le despidió. Las campanas de la iglesia suenan con intensidad cada hora y se hacen escuchar en todo el valle. Un cartel indica que restan 11,2 kilómetros hasta Viana.

Las láminas de piedras pavimentan la senda, alternándose con el habitual terreno pedregoso, para llevar a los viajeros hasta Torres del Río. En medio del pueblo se alza, misteriosa, la iglesia del Santo Sepulcro, de base octogonal. Algunos habitantes de la localidad consideran que esta construcción ha vivido historias relacionadas con los caballeros templarios.

Un peregrino, vistiendo una larga túnica azul y blanca y con el rostro cubierto por una espesa barba blanca, se atrevió a entonar unos cantos que resonaron en las paredes de la iglesia. «Este hombre viene muchos años. Le tenemos especial cariño porque es una gran persona», comentó Mari Carmen Fernández Santolalla, de 54 años, voluntaria del Santo Sepulcro. «Llevo 25 años peregrinando, viajando a muchos lugares. Para mí peregrinar no es caminar, es un recorrido interior», reconoció el italiano Mauricio Mariano, de 48 años. «Vivo de lo que la gente me da y de las cosas que hago yo mismo. En invierno me refugio en una cueva y reflexiono sobre muchas cosas», agregó, con una gran sonrisa en la cara.

La lluvia, humedeciendo los campos y arbustos, obliga a los tomillos a desprender todo su olor. Tras veinte minutos caminando se alcanza la ermita del Poyo, lugar escogido por muchos para descansar antes de afrontar los 8 kilómetros restantes hasta Viana. Es un buen momento para dar cuenta de las moras recogidas con anterioridad.

El terreno de piedras se retuerce, tanto a cada lado como hacia arriba y hacia abajo. Grandes escalones de madera ayudan al caminante a superar este reto, que es aún más difícil si la lluvia ha humedecido el barro por el que se camina. La alicantina Pilar Fuentes de la Fuente, de 55 años, se esforzó especialmente en este tramo: «Las ampollas no duelen cuando están en caliente y vas más o menos en línea recta. Pero cuando te encuentras con esto, la bota se encarga de tocar cada rozadura y recordarte que están ahí», afirmó.

Las vides se ocupan de poner una alfombra verde a unos cerros que se atreven a rasgar las nubes que los cubren. Los vinos que se elaboran en esta zona ya adoptan la denominación de origen de La Rioja, señal inequívoca de que pronto se abandona Navarra.

Viana aparece tras abordar una pequeña loma colindante. Las murallas del siglo XIII que limitan el pueblo cuentan que esta localidad fue un importante enclave defensivo frente al reino de Castilla. En la imponente iglesia de Santa María fue enterrado, en 1507, César Borgia, obispo de Pamplona y Capitán General del ejército de Navarra.

Navarra se despide con un «hasta pronto» al peregrino con esta monumental villa. Un camino de contrastes por una comunidad llena de historias, paisajes, y la cordialidad de un pueblo acostumbrado a recibir a estos visitantes. Unos 625 kilómetros restan hasta el destino final: Santiago de Compostela. ¡Buen Camino, peregrinos!