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Peregrinar en la Edad Media: una aventura de riesgo y sin ‘street view’

01 septiembre 2016 / Mundicamino

Eran muchos los que, siglos atrás, se ponían a andar hacia Santiago por devoción.

El Camino llegó a convertirse en la pena impuesta por un juez para cumplir una condena.

El libro Peregrinar a Compostela en la Edad Media (Fundación Santa María la Real del Patrimonio Histórico), del historiador Jaime Nuño y el ilustrador Chema Román, revela que el Camino que realizan cada año más de 200.000 personas ya lo pisaban miles de hombres y mujeres del Medievo. Pero siglos atrás había diferencias sustanciales.

“Ahora es como un entretenimiento, sabemos exactamente por dónde vamos a ir, casi podemos hacerlo desde casa con el ‘street view’. En la Edad Media, la información era mucho más escasa. Alguien que venía de Armenia, Polonia o Hungría no conocía ni la lengua ni las costumbres. Además, había bandidos por todos sitios, que no solo atacaban a peregrinos humildes sino también a nobles armados”, explica Jorge Nuño en declaraciones a Europa Press.

Cientos de miles de peregrinos realizaron el Camino entre el siglo V y el siglo XV. Si bien no existe un registro como en la actualidad, los autores del libro han repasado documentos históricos que reflejan la gran afluencia que tenía esta Ruta en aquella época. De todas las peregrinaciones, las que se dirigieron a Santiago fueron las más importantes, por encima de Jerusalén o Roma. En cuanto al perfil del caminante, Nuño apunta que podría ser el mismo que el de un peregrino del siglo XXI, “alguien que decide hacer un viaje”, en la mayoría de los casos por “devoción”, para purgar los pecados, y en otros como “una aventura”. Así, desde reyes hasta hombres pobres realizaban este itinerario.

Además, en la Edad Media, peregrinar a Santiago podía ser incluso la pena impuesta por un juez a un condenado. En cualquier caso, todos ellos compartían una misma incógnita, según señala Nuño, la de si podrían realizar el viaje de vuelta o serían asaltados y morirían durante el periplo. Precisamente, uno de los ritos comunes entre los que llegaban a la capital gallega era visitar el cementerio de los peregrinos pues muchos “se quedaban en el camino”. “El peregrino podía toparse con tumultos o guerras, con barqueros codiciosos y un enjambre de oportunistas; se arriesgaba a tomar agua y alimentos a los que no estaba acostumbrado, a enfrentarse a enfermedades, accidentes o extravíos”, indican los autores.

También había hospitales en las diferentes rutas, aunque no como se conocen hoy en día. Se trataba de edificios orientados a acoger a niños huérfanos, viudas, pobres y peregrinos. Allí, los caminantes recibían pan, vino y una cama donde dormir. Una persona sana podía recorrer una media de 30 Km al día –o hasta 100 si iba a caballo– y los itinerarios eran muy desiguales.

En cuanto a los motivos, el principal era la religiosidad, al igual que en la actualidad –el 47% lo siguen haciendo por esta razón exclusivamente–, aunque los peregrinos medievales eran más devotos y muchas veces se desviaban del Camino para visitar santuarios cercanos en los que venerar reliquias de algunos santos esperando que les concedieran un milagro. Tal y como se puede leer en el libro, “hacer tal viaje aportaba una compensación espiritual enorme, además de un caudal de experiencias que hacían del peregrino un auténtico héroe, modelo de valentía y virtud”.

EFECTO LLAMADA. Según los últimos datos de la Oficina del Peregrino, en julio de 2016, llegaron a Santiago 45.483 personas, frente a los 42.472 del anterior Año Santo, una tendencia que se repite mes a mes. En total, en lo que va curso, han realizado La Ruta más de 146.500 peregrinos. Se espera que se bata el récord histórico alcanzado en la anterior cita jubilar cuando se entregaron 272.135 compostelas. Está claro que la apertura de la Puerta Santa, coincidiendo con el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, ha producido una especie de efecto llamada.