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Estella: descanso de peregrinos

10 febrero 2018 / Mundicamino

Mikel Ramos espera en la Oficina de Turismo, frente a la maqueta de la Estella del siglo XVI. Hemos quedado con él tras acordar una visita guiada a través de la web navark.es. Arqueólogo e historiador, comienza indicando que «el primer documento escrito sobre Lizarraga data del siglo XI. El nombre recuerda al fresnedal sobre el que se asientan poco a poco habitantes de origen franco. Ese primer burgo interactúa con los de alrededores y su fusión inicia nuestra historia». La ciudad llegó a tener siete conventos con sus siete hospitales. Además de una judería cuyos vecinos desaparecen en 1498. «Dicen que todos los navarros tenemos algo de judíos, menos los de Estella que tenemos algo de cristianos», repite con sorna. El primer edificio con el que se topa la vista es la iglesia de San Pedro de la Rúa, imposible no verla al estar enclavada sobre un otero. Con portada gótica pero decorada a la románica, se levantó en el primer tercio del siglo XIII. Frente a ella aguarda el Palacio de los Reyes de Navarra, ahora Museo Gustavo de Maeztu, pintor, escritor y viajero vasco quien afirmó, sin temblor de labios, que después de Londres Estella era el mejor rincón del mundo.

Puede que el novelesco Zalacaín el Aventurero huyera de la cárcel enclavada antaño en este inmueble. Tal vez le dio tiempo a escuchar la historia de uno de sus capiteles. La que asegura que Alejandro Magno debió enfrentarse en Nájera al enorme Ferragut, descendiente de Goliat, quien contaba solo un punto débil, el ombligo. Observe el turista la cara de rabia del grandullón vencido cuando su cabeza pende ya en el aire.

Comercio peletero

A Estella la atraviesan dos rutas europeas esenciales, la del Camino de Santiago y la de La Judería. Crece en sus lindes el zumaque, planta propia de Oriente Medio usada para prolongar la duración de las pieles. «El comercio peletero fue esencial. Curtidores y zapateros se afianzaron como gremios importantes». En la contigua Plaza de San Martín riega el aire la Fuente de la Mona, presidida en realidad por un león, animal desconocido para aquellos habitantes, de ahí la confusión en el nombre.

La casa de Fray Diego de Estella, predicador oficial en la Corte de Felipe II, el Museo del Carlismo, antiguo hogar del alcalde perpetuo Juan de Echevarri y Larrain, y construcciones típicas con bajos de piedra y pared de ladrillo hacen de pasaje a la comitiva turística. Antes de llegar hasta la orilla del Ega, superado por un puente «románico de 1968» (tiene sentido cuando te lo explican) desde el que se ven los montes que rodean Estella, coronados por cruces protectoras. Después, los ojos dejan a la derecha la mole abandonada del Convento de Santo Domingo (XIII), camino a la iglesia del Santo Sepulcro. De ésta, maravilla la portada gótica. «Cuentan que se obligó a los judíos a financiarla pero no es cierto. La pagaron los burgueses que, como premio, figuran esculpidos».

En la zona repleta antaño de curtidurías se ha conservado una de ellas, transformada en la Hostería de Curtidores. La intervención del establecimiento respetó los restos de pilas, horno y muralla, que pueden verse a través de ventanales. Merece la pena echar un vistazo y tomarse un momento para degustar cerveza artesana. Después el recorrido sigue hacia el otro lado del agua. Deja atrás el barrio de San Pedro para incorporarse al de San Miguel. Presente y bullicio sustituyen a pasado y tranquilidad. Aquí reina la iglesia de San Miguel, en la cima de La Mota, un escarpe rocoso perfecto para la defensa de la ciudad. Son príncipes los arcos de la Calleja del Chapitel, antiguos almacenes municipales. Y princesas la casa de Monet, con sus balcones afrancesados, y la casa palacio de los Munáriz, con balconada en forma de concha.

Poco después, en la Plaza de los Fueros finaliza la visita. «En ella vivió Carlos VII, cuando instaló la capital en Estella durante la guerra carlista. Es una amalgama de edificios de distintas épocas. Ahora acoge el mercado de los jueves, que saca a la calle a los vecinos. Como luego nos cuesta volver a casa porque hay mucho ambiente decimos que vamos a ‘juevear’».

Rocas del Puy

Quédate un rato por la zona y no olvides endulzar la vida. Comprar las típicas rocas del Puy en Bombones Torres si eres adicto al chocolate con almendras. Las tradicionales alpargatas –postre de hojaldre y crema de almendras, ideado para conmemorar la visita de Alfonso XIII– en la más que centenaria Pastelería Ángela. Si apetece salir por la noche, a un paso el Bar Pigor (La Estrella 6) garantiza buena música con ambiente blues y el Zulobero (Puy 51) abre la pista de baile.

Y no renuncies a su estupenda gastronomía. La huerta ofrece productos de calidad como los espárragos, pimientos, verduras y legumbres. Las setas y las trufas alegran muchos de los guisos y hay que probar el famoso ‘gorrín’ (asado de cochinillo). Si prefieres pescado, en algunos restaurantes te ofrecerán trucha autóctona. Y prueba los quesos de Urbasa.