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De Roncesvalles a Compostela entre pañales

24 mayo 2011 / Mundicamino

Tenían tiempo, ganas y, como buenos vascos, fruto de su afición al monte, las tablas suficientes para afrontar los 740 kilómetros que separan Roncesvalles de Santiago de Compostela. Pero, a diferencia de la mayoría de peregrinos que se deciden a pasar cerca de un mes de su vida caminando con la casa a cuestas, Félix Bustillo y Olga González, de 37 y 34 años respectivamente, decidieron emprender el Camino Francés con un equipaje extra: Emma y Telmo, sus dos hijos de 20 y 4 meses, respectivamente. ‘No los podíamos dejar solos, así que los tuvimos que traer’, bromea Félix, natural de LLodio (Álava), desde la Praza do Obradoiro.

Tras 24 días han llegado a la meta y, como si fuera consciente de su hazaña, el más emblemático de los escenarios compostelanos, recibe a los cuatro peregrinos con especial algarabía. Sentados en el suelo de piedra, transformado para ellos en un cómodo y mullido sofá, Félix y Olga disfrutan del ambiente de la plaza y de la grandiosidad de la Catedral. Aunque cubierta con un cielo blanquecino, les parece hoy más majestuosa que nunca. A su lado, Telmo, acostado en la silla biplaza que durante el viaje ha compartido con su hermana, asiste sin enterarse, pero complacido, al final de una aventura de la que a lo largo de su vida tendrá que oír De Roncesvalles a Compostela entre muchas historias. Emma, por su parte, tampoco es consciente de que se han acabado los días sin juguetes y guardería y corretea por la plaza plácidamente instalada en ese constante ir hacia adelante que en el último mes se ha convertido en su rutina.

Cerca de ellos, resiste en perfectas condiciones -tras una pequeña reparación durante el trayecto- el artilugio en el que transportan todas sus pertenencias: ‘Es un carro de bici al que le soldé unos tubos de hierro para poder tirar de él. Revisé muchísimas webs pero no había nada. Al final, tomé como modelo los que usan en el Polo Norte. Por el camino he visto adaptaciones populares pero ninguno igual’, explica Félix.

Ahora apenas le prestan atención. ‘Nadie lo va a coger. Quién va a querer ir tirando de eso’, señala entre risas. ‘Además, no hay gran cosa: tres mudas de ropa cómoda y ligera para cada uno, salvo para Telmo que tiene alguna más; una moto de juguete y un biberón para Emma -el benjamín toma pecho- , ‘Apiretal’ y poco más. Los pañales y el resto de las cosas que necesitábamos las íbamos comprando por el camino’, cuenta Olga, nacida en Donosti pero hija y nieta de meañeses por vía materna.

Con ese equipaje, tras recabar información sobre el itinerario a seguir en la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Bilbao, emprendían el viaje con una única premisa: ‘Si los niños se ponen mal, nos damos la vuelta’.

Pero los niños no solo aguantaron sin quejarse cada una de las etapas, sino que incluso se pusieron más fuertes. ‘No hemos tenido que usar para nada el ‘Apiretal’. A Emma, que tenía muchos mocos, hasta se le han quitado. Además, le ha venido muy bien para aprender a tratar con la gente’, destaca la madre de la pequeña.

Tanto es así que la primogénita se convirtió, según sus padres, en la ‘relaciones públicas de la familia’. ‘Todos se paraban con ella. En varios sitios la invitaron a comer y en León le regalaron un caballito de juguete’, relata Olga. Con ese obsequio, un pequeño muñeco de Micky que le acompañó desde la partida y la moto, Emma vio satisfechas parte de sus necesidades de ocio. Del resto se encargaron sus padres. ‘Cuando veíamos un parque, sabíamos que era una parada obligatoria’, señala Félix. En ese sentido, Telmo no generó problemas. ‘Lo suyo, de momento, es comer y dormir’, precisa su madre.

Y si los niños no se quejaron, sus padres, como jefes de la expedición, no podían ser menos. ‘Hemos visto a la gente con los pies muy mal, pero nosotros no hemos tenido ni ampollas ni nada’, precisa Olga. Solo a su paso por Palencia tuvieron un ‘punto bajo’. ‘Se rompió una soldadura del carro, hubo que hacer ocho kilómetros renqueando, empezó a llover, Olga tuvo una pequeña tendinitis…’, relata Félix sin darle importancia.