Apostol

Camino Castellano-Aragonés

Etapa

3

Cultura

Tarazona

Su origen es también celtíbero. Turiasu fue uno de los más importantes núcleos de población de los Lusones, emitiendo moneda con esta ceca.
La romanización hizo crecer notablemente la población, sobrepasando el perímetro del barrio de El Cinto y extendiéndose hacia el río Queiles. Su nombre romano: Turiaso, ciudad de pleno derecho de ciudadanía romana.
Fue casi destruida con las invasiones de los pueblos centroeuropeos, reduciendo sustancialmente su tamaño, hasta que en el s. VI volvió a tomar relevancia como plaza fuerte visigoda, volviendo a acuñar moneda en tiempos del rey Recaredo.
En los siglos siguientes, durante la invasión musulmana, la ciudad vuelve a crecer notablemente desarrollando a partir de la medina, que coincidía con el barrio del Cinto, dos nuevos arrabales en lo que hoy es el barrio de San Miguel y la zona de la calle Alta Merced.
Tarazona fue reconquistada en 1119 por Alfonso I El Batallador, repoblando con cristianos la ciudad que, además, contaba con dos aljamas, reductos en los que vivían con normas propias, judíos y mudéjares.
Una antigua tradición oral asegura que San Francisco, en su peregrinación a Santiago de Compostela, fundó el convento de Franciscanos en 1214.
En 1221 fue armado caballero en Tarazona Jaime I el Conquistador, tras casarse con Leonor de Castilla en la vecina villa castellana de Ágreda.
Castellanos y aragoneses se disputaron esta plaza estratégica hasta la unión de los dos reinos en 1492.
Además de los antiguos conventos de Mercedarios y Franciscanos ya existentes, en los siglos XVI y XVII se fundaron otros muchos: Convento de la Concepción, Jesuitas (1591), Capuchinos (1599), Carmelitas Descalzas (1601 y 1632) y Carmelitas Descalzos (1680). A sus Patrones, San Atilano y Ntra. Sra. Del Río, se les construyeron ermitas en 1672 y 1769.
En 1707 Tarazona se posicionó a favor de Felipe V en la Guerra de Sucesión, recibiendo de este monarca numerosos privilegios, lo que la llevó a ser la segunda ciudad de Aragón, tras Zaragoza.
En el s. XIX fue ocupada por las tropas napoleónicas en la Guerra de la Independencia.
La Primera Guerra Mundial y después la Guerra Civil Española dieron impulso a su industria textil y otras, como la producción de fósforos.
Después, la perdida de importancia como vía de comunicación, la emigración y el estancamiento demográfico han impedido el crecimiento de la ciudad.
En la actualidad la economía de Tarazona está basada en la industria, en sectores como la automoción y la aeronáutica, que han desbancado en importancia a la agricultura.

Los Fayos

Su nombre es un arcaísmo de «Los Fallos» con el que se denominaron los fenómenos tectónicos que originaron la pared rocosa que caracteriza el entorno del pueblo.
Su origen parece hundirse en tiempos prehistóricos, por indicios de población en esa época en las cuevas del entorno, sobre todo la conocida como Cueva de Caco, gigante que hurtó el ganado del semidiós Hércules, según cuenta una remota leyenda relacionada con la del mismo personaje, supuesto fundador de Tarazona.
Sin embargo no hay restos celtíberos ni romanos, aunque tuvo importancia el fenómeno eremita. La leyenda situaría a San Atilano entre los benedictinos establecidos aquí por el 870. Los primeros datos nos llevan a 1106, donde aparece por primera vez el nombre en un reglamento de riegos. En 1148 está datada la construcción de una torre o atalaya. De esta época son los restos del castillo, así como los de un antiguo monasterio benedictino excavado en la roca que con la ermita del s. XII dedicada a San Benito y semiincrustada en la roca, recuerda la relación de las primeras ermitas con los antiguos eremitorios.

Agreda

Estuvo poblada por celtíberos y romanos, aunque su historia reciente comienza con la medina, la alcazaba y las murallas que los árabes construyeron sobre el barranco de La Muela, convirtiendo los áridos cortados en un vergel de huertas. La conquistaron los navarros, pasando después a manos aragonesas; reconquistada por Alfonso I el Batallador en 1118, fue repoblada después por los reyes castellanos. Todos ellos hicieron murallas, construyeron torres, trazaron huertas y jardines, levantaron templos, hicieron palacios… Esta villa fue escenario de pactos, acuerdos, guerras y bodas reales, como la de Jaime I el Conquistador con Leonor de Castilla en 1221, en la iglesia de Ntra. Sra. de la Peña, la más antigua de Ágreda (consagrada en 1193).
Ha sido, por tanto, una tierra de frontera en la que convivieron pacíficamente hasta finales del s. XV las tres culturas, árabe, judía y cristiana. Buena prueba de ello son el arco de herradura de la Puerta de Cementerio, de época emiral (s. IX), por donde entra el Camino Jacobeo a Ágreda, los restos de la Alcazaba y la Puerta del Agua, de época califal, en el barrio moro, así como la Sinagoga, que veremos al caminar por la calle Vicente Tutor dirigiéndonos al casco histórico.
Ágreda tuvo cuatro recintos amurallados, con numerosas puertas que los comunicaban y que se conservan todavía en gran parte. Se sale del barrio moro por la puerta de Felipe II, que da acceso al barrio de San Miguel, adosado al palacio de los Castejones, una magnífica construcción renacentista de estilo herreriano, con doble torre, patio con doble altura de columnas y jardín exterior, remozado hace pocos años al más puro estilo renacentista.
Continúa el Camino por la Basílica de Ntra. Sra. de los Milagros, patrona de la Villa y su Tierra (17 pueblos), ya en la Plaza Mayor, espacio creado en 1531 soterrando el río para crear una zona común entre los cuatro recintos amurallados. Enfrente está el edificio del Ayuntamiento (1548) que alberga la Oficina de Turismo y punto de información al peregrino.
Antes de comenzar a salir por el Paseo de Invierno hacia el Parque de La Dehesa no debemos desperdiciar la ocasión de visitar el Centro de Interpretación, los dos museos: el de Arte Sacro (en La Virgen de la Peña) y el de las MM. Concepcionistas (en el convento que fundó en el s. XVII la Venerable Sor Mª de Jesús, escritora mística y consejera de Felipe IV), la casa natal de Sor Mª de Jesús, el convento de las MM. Agustinas, los torreones de La Costoya y del Tirador, la ermita del Barrio y las iglesias de San Miguel, de Ntra. Sra. de Magaña y de San Juan, atravesando las muchas puertas que se conservan, como la de Los Pilares, la de Santo Domingo, la de Añavieja y las de Almazán y Santiago, adosadas al torreón del Tirador.