Apostol

Camino Mozárabe

Etapa

7

Cultura

Alquife

La historia de Alquife está ligada desde muy antiguo a la extracción de minerales en sus alrededores, una explotación que se inició en tiempos del Imperio romano, primeros de sus pobladores que captaron la importancia de los yacimientos de hierro.

En las minas se encuentra un lago interior formado por el fluir de las aguas subterráneas, que en la actualidad es un embalse con una profundidad de unos ciento treinta metros de agua. El enorme cráter forma ya parte natural del paisaje. Otros de los rasgos más impactantes son las grandes escombreras de las minas de hierro y el enorme depósito al que llegaban los conductos de agua encargados de abastecer el barrio minero.

No obstante, su nombre procede de la etapa árabe, cuando fue nominada la población como al-Kahf, que quiere decir la gruta y denota, igualmente, la alusión a las minas que seguían explotándose durante los varios siglos que duró ese periodo histórico.

Jérez del Marquesado

Sus orígenes se remontan a época prehistórica, concretamente a la cultura de El Argar con restos del neolítico, con explotaciones mineras de la edad del bronce que continúan en época romana.

En época romana la población recibiría el nombre de Sericus o Sericis a lo que los árabes denominarían Mecina o Alcázar (castillo) y Xeriz (Seda) por la convivencia de dos poblados. Mecina, el antiguo indígena y Xeriz, el musulmán. El predominio del segundo y la integración del primero lo lleva en el siglo XII por su abundancia de agua a ser una importante alquería donde los reyes nazaríes de Granada poseían amplias propiedades.

Como todo el Zenete, Xeriz pasó en 1489 a manos del Gran Cardenal de España y después de su hijo. Fue el 7 de julio de 1490 cuando Sancho de Benavides, en nombre de Don Pedro González de Mendoza, toma posesión de la villa de Jérez, quedando oficialmente vinculada al Marquesado del Zenete.

Cuando Jérez y el resto de pueblos de la zona se entregaron a los Reyes Católicos no lo hicieron incondicionalmente, sino a través de unas capitulaciones que respetaban a la población morisca, sus costumbres y ritos religiosos. Pero éstas nunca se cumplieron. Ante las continuas vejaciones y el intento de destruir su cultura, reinando Felipe II, la población del Marquesado , en su inmensa mayoría morisca, se unió a la rebelión de Fernando de Válor.

Cogollos de Guadix

Cogollos está situado en el límite norte del Parque Natural de Sierra Nevada, formando parte del espacio serrano que los árabes llamaron el Sened. No obstante, sus orígenes son mucho más antiguos: se sitúan en el Bajo Imperio Romano, época de la que han aparecido numerosas monedas y joyas.

Otros historiadores defienden la tesis de que este asentamiento romano se estableció sobre otro anterior del periodo argárico, siempre en torno a sus yacimientos de hierro y cobre. Los Reyes Católicos tras conquistarla, la cedieron al marqués de Villena y bajo esa jurisdicción llegó hasta el siglo XIX cuando se suprimieron los señoríos. Fue refugio de los moriscos durante su sublevación y en consecuencia sufrió represión.

Guadix

Nos encontramos en uno de los asentamientos más antiguos de España. Guadix nos ofrece abundantes testimonios que parten desde la edad de piedra, pasando por la edad de los metales en su etapa prehistórica.
Estamos ante el que fue uno de los enclaves más importantes de la ruta de comunicación natural entre las zonas levantina y bética, que como cita el documento del cual se extrae esta información “su entrada en la historia viene determinada por su condición de cruce de caminos” y, por tanto, puente de “civilizaciones, cultura, religiones, comercio,…” en todos los aspectos de la vida humana. El geógrafo renacentista neerlandés Jan Blaeu en su «Atlas Maior» sitúa la fundación de Acci en el año 1.000 a.C., por los fenicios de Pigmalión regente de Tiro y hermano de la fundadora mítica de Cartago, aunque lo lógico es que tal fundación fuere de una factoria comercial, y, por supuesto, muy posterior, quizá en el siglo VII a.C. El historiador hispanista antiguo Adolf Schulten sitúa a Acci por esa época en la órbita de Tartessos. No quedan vestigios de la presencia cartaginesa, pero sí la leyenda-teoría de que la esposa indígena de Aníbal, Himilce, pudiera ser de Acci, en vez de Cástulo (Linares).
Éstos establecieron el nudo de comunicaciones entre las calzadas que en su momento enriquecieron la denominada Vía Augusta. Julio César la elevó como colonia en el año 45 a.C., tras la batalla de Munda en Hispania frente a los «pompeyanos», según J. M. Santero, llamándola por entonces Ivlia Gemella Acci, en la cual se asentaron los legionarios eméritos de la llamada Legio Secunda y Prima Venacula, con el fin de tomar esposas entre la población indígena presente en la zona, constituyéndose así como colonia romana. Con el paso del tiempo, la colonia Acci llegó a acuñar moneda propia con diferentes valores. Estas monedas se pueden encontrar, en nuestros días, distribuidas por todo el antiguo imperio y gran parte de sus fronteras mediterráneas establecidas en aquellos tiempos. En la actualidad las podemos encontrar en los museos arqueológicos más importantes tales como los de Roma, Jerusalén, Mérida,…
En el punto donde se encuentran actualmente el templo catedralicio y la plaza del Ayuntamiento, estuvo situada la “encrucijada del campamento romano” por entonces.
Según la tradición Acci es considerada la primera ciudad convertida al cristianismo en Hispania, y primera sede episcopal, fundada por San Torcuato, quien proveniente de Palestina, con los llamados Siete Varones Apostólicos, desembarcó en Cartago Nova o Adra, y desde allí se dirigió al Guadix hispanorromano, culminándose la conversión de la ciudad con el bautizo de la matrona romana Santa Luparia, aunque los cristianos, y Torcuato a la cabeza, fueron objeto de las persecuciones imperiales.
En la España visigoda se mantuvo, siguiendo la anterior tradición, como sede episcopal de la iglesia católica, entonces conocida como Acci, y sufragánea de la Archidiócesis de Toledo que comprendía la antigua provincia romana de Cartaginense, en la diócesis de Hispania. En este periodo, la ciudad de Guadix consolidó su carácter episcopal. Integrada en la geografía eclesiástica visigótica, los obispos de Guadix tuvieron presencia destacable tanto en los Concilios de Toledo (capital del reino visigodo de España) como en las decisiones de mayor relevancia de la corona hispánica. Se puede afirmar, como indica el texto informativo, que “el Toledo de los Godos tiene su sucursal accitana en el sureste español”, donde el representante regio sería el mismo obispo en persona.
Esta dignidad eclesiástica le venía a la ciudad de varios siglos atrás. Como botón de muestra cabe citar que en el año 304 d.C., el obispo de Guadix, Félix, presidió el Concilio de Iliberis, sin lugar a dudas el que fuera el más importante de la España romana.
En el periodo andalusí Guadix atravesó siglos de diversidad en su suerte. Pasó por periodos de esplendor y de decadencia, debido a episodios epidémicos, bélicos o de sequías.
Según las crónicas árabes fue ciudad en un principio díscola a los omeyas, participando incluso en rebeliones en la época de las revueltas del muladí, reconvertido al cristianismo, Ibn Hafsum. Cabe destacar la importancia militar que por entonces le fue concedida por Abderramán III allá por el siglo X.
Al declive del califato fue territorio limítrofe entre Ziríes granadinos y Banu Jayrán almerienses. En 1018, fue asesinado el pretendiente califa omeya Abderramán IV, por parte de sus partidarios, entre otros Jayrán de Almería, en Guadix, tras ser derrotado su ejército por el de Zawi Ibn Zirí de Granada.
Integrado en el Imperio Almorávide, tras las primeras taifas, en el declinar de éste y en medio de sus luchas contra los almohades por el control del Magreb y al-Andalus, el guadixí Ahmad Ibn Malham proclamó un señorío independiente en Guadix y Baza en 1145, si bien aliado, o vasallo, de los almohades. Tras la conquista de éstos del al-Andalus musulmán, Ibn Malham acabó sus días en Marrakech, siendo el jardinero, tenía vastos conocimientos de botánica, de la residencia califal de la Bujaira.
Tras la caída del poder de los almohades en la Península Ibérica, se integra en el último reino musulmán de al-Andalus, el Reino Nazarí (o Nazarita) de Granada. En 1313 se produce una sublevación que, encabezada por el cuñado, emir de Málaga, del rey Nasr, provocará el 8 de febrero de 1314 la abdicación de éste en la persona de su primo Ismaíl I, a cambio del gobierno de Guadix, donde mantendría un reino-feudo independiente hasta su muerte en esta ciudad en 1322.
El día 15 de enero de 1362 se libró la batalla de Guadix, en la que las tropas del reino de Castilla y León fueron derrotadas por las del reino nazarí de Granada. Al mando de las tropas castellanas derrotadas se encontraban los caballeros Diego García de Padilla, Maestre de la Orden de Calatrava, Enrique Enríquez «el Mozo», Adelantado mayor de la frontera de Andalucía, y Men Rodríguez de Biedma, Caudillo mayor del obispado de Jaén.
Las guerras civiles acaecidas en el reino musulmán en los últimos tiempos de la denominada dinastía Nazarí convirtieron a Guadix en la capital del breve reino musulmán capitaneado por la figura de Abú Abdallah Muhammad «El Zagal» (El Valiente), quien aliándose alternativamente a sus correligionarios o a los castellanos acabó siendo víctima de los sentimientos de rencor y de venganza, ya fueran propios o ajenos a él. De este modo posibilitó y facilitó la llegada de los castellanos con los Reyes Católicos y el Cardenal Mendoza a la cabeza. En noviembre de 1489 fue entregada la ciudad a los conquistadores castellanos.
Son figuras reconocidas originarias del Guadix musulmán el filósofo y médico sufí Abú Yafar Ibn Tufayl (Abentofail), el poeta sufí Abulhasán Alí Abdalá an-Numairy al-Sustari, las hermanas poetisas Zaynab y Hamda (o Hamsa) bint Ziyab, así como el eminente arquitecto Es Saheli al-Garnati, constructor de las mezquitas patrimonio de la humanidad en Tombuctú (Malí), aunque algunos sitúen su cuna en Granada, el eminente cronista medieval Ibn Khaldún de Túnez («Prolegómenos») proclama su nacimiento en la ciudad accitana.
El por entonces llamado «tercer rey de España», el Arzobispo de Toledo, Pedro González de Mendoza, fue uno de los personajes clave en la historia de esta ciudad a partir de 1487. A su persona se debe, como se cita, “la configuración de la ciudad como un enclave episcopal”, así como también “sede del corregimiento más extenso de la corona de Castilla, el poder de la casa del Infantado y la mitra toledana juntas”, las cuales propiciaron “las concesiones regias del marquesado del Cenete para D. Rodrigo de Vivar y Mendoza y la conversión de la mezquita en sede catedralicia”.
Las frecuentes y abundantes guerras entre religiones y culturas producidas durante la Reconquista, se extendieron prácticamente a lo largo de todo un siglo. Ya por el año 1570 d.C., y en tiempos de Felipe II, se dio orden de evacuar a los moriscos vencidos desde el reino de Granada hasta zonas del Levante, de La Mancha y Extremadura.
Como cita el autor del texto “esta medida tendente a solucionar la llamada Rebelión de las Alpujarras hizo desaparecer de nuestro entorno a gran parte de la población ancestralmente autóctona” deportando a una gran cantidad de personas, lo cual tuvo graves repercusiones en una de las industrias más fructíferas como fue la de la seda.
Tras expulsión acaecida en el año 1570 d.C. retornaron de manera clandestina y con carácter subversivo, una pequeña parte de los exiliados, los cuales situándose en el entorno de la ciudad, excavaron sus viviendas en la arcilla, lo que dio lugar a la aparición u origen de las conocidas y tan populares cuevas, según una teoría. Éstas se convirtieron en un “hábitat comunitario y organizado”. Según otra teoría, las cuevas habitadas tienen su origen en el propio momento de la Reconquista, siendo los cristianos más pobres, sin capacidad de adquirir vivienda intramuros, los que se establecieron excavando los cerros arcillosos colindantes.
La dinastía de los Austria concedió a Guadix los “privilegios propios de una ciudad del antiguo régimen”, aunque la castigó duramente, por otro lado, tanto en el aspecto económico “por la exacción de impuestos como a su juventud por la necesidad de mantener en Europa un prestigio dinástico lleno de inmensos esfuerzos militares”.
El periodo borbónico, como cita el autor, no puede denominársele el Siglo de las Luces, “pues a la oscuridad inicial las nuevas militarizaciones juveniles para la guerra de Sucesión”, se une el hecho de que en el reinado de Carlos III se acabó con una de las instituciones culturales y académicas con más prestigio de la historia de esta ciudad, como fue el Colegio de San Torcuato de la Compañía de Jesús, dejando exclusivamente al seminario diocesano las posibilidades académicas de esta época. De todos modos cabe decir que los Borbones dotaron mejor las obras de la catedral, las cuales fueron finalizando antes de la entrada napoleónica.
El periodo francés supuso un “cáncer” para la ciudad, iniciándose una etapa de decadencia que abarcó todo el siglo XIX. Durante este siglo las guerras, epidemias y desastres sociopolíticos fueron ingentes y paralelos a los vividos por entonces en el resto del país. La carencia de una revolución industrial supuso un alto índice de mortandad entre la población infantil, de igual forma trajo la práctica de la esclavitud laboral para la mayoría de la sociedad.